lunes, 5 de noviembre de 2012


EN RECUERDO DE LUIS GÓMEZ LLORENTE

El resto no fue silencio (y II)

5 de noviembre de 2012



Antonio García Santesmases *

Cuatro son, a mi juicio, las grandes aportaciones de Luis Gómez Llorente,  que se pueden resumir en cuatro interrogantes: ¿qué queda hoy del pablismo?; ¿cómo debemos recuperar la memoria republicana?; ¿cuál es el lugar de la escuela pública?; ¿cuáles son los retos más importantes del laicismo?
A cualquiera de estas cuestiones dedicó páginas y páginas pero, por mor  de la brevedad, y abusando de la hospitalidad de los amigos de cuartopoder, intentaré resumir, al máximo, su aportación. Al estudiar la aportación de Pablo Iglesias, Gómez Llorente dedica muchas páginas a analizar la razón por la cual  el fundador del PSOE y de la UGT consideraba imprescindible poner en marcha una organización política y una organización sindical distintas al anarquismo y al republicanismo. Anarquistas, socialistas y republicanos eran reacios al régimen de la restauración pero mientras los anarquistas eran contrarios a cualquier participación en la vida política institucional y los republicanos querían centrar la batalla en la forma de Estado y en la cuestión religiosa, los socialistas trataban de aunar su compromiso con la defensa de los trabajadores, y la  puesta en marcha por tanto de un sindicato (lo que les acercaba a los anarquistas) con la necesidad de que esa tarea sindical no agotara la estrategia  de los trabajadores organizados. Era imprescindible que esa tarea de vertebrar al movimiento obrero contara con una voz en el parlamento. Con una voz libre, independiente, distinta a la de los partidos del sistema y distinta a los partidos republicanos, por cuanto estos se dirigían a toda la nación.  A una nación distinta evidentemente  a la que conformaba el régimen de la restauración. Los socialistas debían intervenir en política, pero como correspondía a un partido de clase, para defender los intereses de los trabajadores organizados, utilizando el Parlamento como una caja de resonancia de sus posiciones, como un altavoz que les permitía hacer propaganda de sus ideas.
Son muchas las páginas dedicadas por Gómez Llorente a analizar los avatares del primer socialismo. Avatares y contradicciones que se agudizan en los años treinta.  Pablo Iglesias ha muerto en 1925 y pocos años después los socialistas forman parte de los primeros gobiernos de la República y en ese momento se vuelve a plantear con toda intensidad el drama que había presidido la vida de Iglesias: ¿cómo ser capaces de defender los intereses de los trabajadores y a la vez auspiciar las reformas liberales, democráticas, modernizadoras que la sociedad española necesitaba? Al formar parte de los gobiernos del primer bienio, gobierno conformado por socialistas y republicanos, Largo Caballero intenta articular reformas favorables a los trabajadores pero es consciente de la inquina de los anarquistas que critican la colaboración de los socialistas con los partidos burgueses. Largo Caballero y Prieto tendrán después enormes diferencias pero en aquellos primeros momentos coincidían en la necesidad de aunar las reformas republicanas con los derechos sociales. La burguesía republicana era muy débil y no podía  sobrevivir electoralmente sin el apoyo de los socialistas pero éstos sufrían una feroz campaña de descrédito por parte de los anarquistas, abominando de su colaboración y de la propia república.
Frente a una visión edulcorada de aquellos años treinta, frente a una visión de la memoria histórica como una esquemática contraposición entre la derecha y la izquierda, Gómez Llorente fue investigando todos los textos, todos los discursos, todas las intervenciones de los distintos socialistas,  centrándose especialmente de  Largo Caballero, para profundizar en  la complejidad de un personaje estigmatizado por muchos historiadores. La investigación que realizó fue exhaustiva para captar al personaje en toda su complejidad: para estudiar todo lo ocurrido en aquellos años del 33 al 37 pero conectándolo con el Caballero contrario a la escisión comunista del año 21, y recordando sus intervenciones en plena Guerra Civil y sus escritos en el exilio, a la vuelta del campo de concentración.

Gómez Llorente, en una imagen de archivo. / J. Casares (Efe)
Todo el estudio de los clásicos del socialismo,  no le hizo olvidar nunca que lo importante era  afrontar el  problema del futuro del movimiento obrero. Tras la segunda guerra mundial, tras la experiencia atroz del fascismo y del nazismo, los socialistas valoraron muy positivamente la necesidad de preservar las libertades públicas, de afianzar los derechos humanos y de   dotar de sentido a las instituciones de la democracia representativa. Todo esto lo hicieron  en un momento en el que se pudo llegar a un acuerdo con las  fuerzas liberales y democristianas para dar sentido al Estado del bienestar de posguerra. Un Estado en el que juega un papel esencial la escuela. La escuela pública como mecanismo que permite compensar las desigualdades sociales, que permite abrir las oportunidades de vida a los sectores explotados, que posibilita formar ciudadanos que interioricen los valores laicos y republicanos.
Es en el modelo del Estado social y de la democracia republicana donde Gómez Llorente encuentra la posibilidad de dar una continuidad a los mejores afanes del movimiento obrero. Una continuidad que no es, sin embargo, ciega a los efectos devastadores del impacto del neoliberalismo y de una globalización sin cortapisas. Con motivo de su muerte algunos amigos comunes, han recordado el gran mérito de un hombre que vivió hasta el final de acuerdo con sus convicciones pero advirtiendo, que su muerte le evitará asistir al desmoronamiento de los sindicatos.
Es una advertencia importante. Una advertencia a tener muy en cuenta porque muchas de las reflexiones de Gómez Llorente pueden quedar sumergidas en una nebulosa si pensamos que el creía en un movimiento obrero sin fisuras, al que no había impactado los avatares del siglo veinte y el capitalismo globalizador del siglo veintiuno. Nada más lejos de la realidad. En su esfuerzo por rescatar la memoria de los clásicos, Gómez Llorente no se quedaba en la pura repetición mimética, ni sucumbía a la mera  lectura filológica. Trataba de rescatar un legado. Y ese rescate sólo era posible si los sindicatos dedicaban tiempo y esfuerzo a  recuperar su memoria y actualizar su proyecto. Si no recuperaban su historia, si no eran capaces de poner encima de la mesa su interpretación de lo ocurrido, no tendrían futuro.
Gómez Llorente era muy consciente del esfuerzo ideológico que realizaban las organizaciones confesionales y las fundaciones liberales por actualizar su interpretación de la historia de España, y su lectura  de la relación entre Estado, mercado y sociedad civil.
Por ello llamaba una y otra vez a las organizaciones sindicales a actualizar  su proyecto, a recuperar su memoria. Una de las aportaciones más importantes en este sentido está en su obra Apuntes sobre el movimiento obrero. En esta obra va dando cuenta del origen  del movimiento obrero y  mostrando  la necesidad de un sindicalismo que sea capaz de articular las reivindicaciones de los trabajadores, de negociar los convenios, de gestionar servicios imprescindibles para que los trabajadores alcance su estatus como ciudadanos, pero que sean  capaces también  de idear una sociedad alternativa a la sociedad existente.
Todo ello conecta con el tema del laicismo. Para Gómez Llorente, igual que el sindicato sufre hoy los embates del neoliberalismo, el laicismo sufre los embates de un nuevo confesionalismo que trata de asociar a los defensores de un pensamiento laico, con los peores horrores del siglo veinte, con el totalitarismo y el nazismo. Un hombre como él – sensible como pocos  a mantener la fidelidad a las propias convicciones–  era muy consciente del ataque del mundo neoconservador al pensamiento laico  y su esfuerzo por  reducir el laicismo  a un hedonismo relativista sin ninguna sustancia ética. Para Gómez Llorente era imprescindible la libertad de conciencia, la libertad de pensamiento, la libertad de religión, la separación entre la Iglesia y el Estado, pero esa libertad, que fue la gran conquista del primer liberalismo, quedará en nada si no somos conscientes de la necesidad de comprender que el ser humano debe ser libre frente al poder de las Iglesias y al poder absoluto de los Estados, pero también frente al poder despótico de los patronos.
Todo esto está muy alejado del relativismo hedonista y le llevó  a ser uno de los promotores de esa materia escolar tan combatida por neoliberales y neoconfesionales, como es  la Educación para la Ciudadanía.  Por ello, para terminar diré que  los que consideran que no estaba al día y que vivía en otro mundo, deberían  leer dos de sus últimos trabajos: los que se refieren a la sentencia de los tribunales sobre la asignatura  Educación para la Ciudadanía y el referido al entorno educativo y doctrinal del ministro Wert. En ambas sobresale el gran defensor de la escuela pública y de lo mejor del pensamiento laico.
Hay ocasiones en las que la retirada de la política conduce al resentimiento, a lamerse en las propias heridas; en otras provoca una melancolía que impide la palabra, como si el político se quedara sin función, sin tarea, sin papel. Gómez Llorente logró lo más difícil: evitar el resentimiento y superar  la melancolía, y consiguió  que su retirada de la política institucional le llevara a recuperar una  libertad plena de palabra y de escritura. Logro así,  que estos treinta últimos años fueran enormemente fecundos, mostrando en los hechos que el resto de su vida no fue silencio.
 (*) Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.

domingo, 4 de noviembre de 2012


EN RECUERDO DE LUIS GÓMEZ LLORENTE

El resto no fue silencio (I)

4 de noviembre de 2012



Antonio García Santesmases *

Con motivo del fallecimiento de Luis Gómez Llorente se ha subrayado- justa y acertadamente- su voluntaria retirada de la política institucional a partir de la victoria del PSOE en octubre de 1.982. Muchos de los comentaristas han recordado su voluntaria automarginación de los fastos de la alta política y su voluntaria reclusión en el campo de la Educación, tanto en los centros de enseñanza secundaria, como en  el seno de la Unión General de Trabajadores en las actividades de formación de los trabajadores. Ambas cosas son ciertas pero estuvieron unidas a una ingente obra escrita, desparramada por infinidad de artículos sobre los más variados temas que convendría recordar, analizar y  estudiar, para lograr que su legado no quede en el olvido.
El abandono de la política institucional no se explica sin tener en cuenta todo lo ocurrido en el año 1979. Gómez Llorente era uno de los dirigentes más importantes del PSOE en el período que va de enero de 1.976 a mayo de 1979. En aquel enero accede a la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE y vive desde dentro todo el proceso de transición a la democracia. Encabeza la candidatura por Asturias a las primeras elecciones generales y es el responsable de la relación del PSOE con la Iglesia Católica y, por tanto, el encargado de negociar todos los temas vinculados al modelo educativo.
Hoy cuando discutimos una y mil veces sobre aquel proceso de transición y  cuando, gracias a las reivindicaciones de las asociaciones que fomentan la memoria histórica y a la tarea de  jóvenes historiadores, vamos descubriendo los límites de ese mismo proceso hay que reconocer que no fue éste el motivo de la gran discrepancia de los socialistas en aquella primavera de 1979. En aquel momento, tanto los partidarios de Felipe González como los que apoyamos las posiciones de Luís Gómez Llorente,  aceptábamos el consenso constitucional, y apoyábamos el proceso de transición pero había algo que nos separaba; no coincidíamos en la tarea a realizar a partir de la derrota electoral sufrida por el PSOE en el mes de marzo de 1979.
Los viejos del lugar recordarán que en aquellas elecciones Adolfo Suarez se dirigió a los españoles pidiendo que no se llamaran a engaño. Si estaban de acuerdo con lo hecho hasta ese momento era imprescindible apoyar al gobierno de UCD,  máxime cuando  los socialistas engañaban a los españoles. Los socialistas -decía Suarez- tienen un doble programa; uno es el programa que presentan a las elecciones, un programa moderado, sensato y  prudente pero el auténtico programa es otro: el auténtico programa está  oculto, es un programa reflejado en las tesis del XXVII Congreso de su partido, celebrado en diciembre de 1976. En ese programa oculto  hablan del control obrero y de la  autogestión de los trabajadores  y  defienden la ruptura con el  capitalismo y la neutralidad activa en política exterior,  apoyan el derecho al aborto y la independencia rigurosa entre la Iglesia y el Estado. Elegir a los socialistas es apoyar el marxismo.
Muchos expertos electorales consideraron entonces que aquella intervención televisiva fue demoledora, que Suarez movió a muchos indecisos a no dar su voto a los socialistas. Un mes después se produjeron las elecciones municipales. UCD ganó en muchas capitales de provincias pero el pacto entre el PSOE y el PCE provocó que las grandes alcaldías fueran a parar a la izquierda.
En esa circunstancia cabían dos caminos. Uno era olvidar las resoluciones del Congreso anterior y procurar ir aproximando las tesis de los socialistas a las querencias de la mayoría del electorado; era la manera de conseguir que el voto centrista, moderado, no se sintiera espantando ante la radicalidad de las propuestas de los socialistas. La otra posición -la que defendía Gómez Llorente- consideraba que no era deseable sacrificar la identidad ideológica del Partido Socialista a las preferencias de la franja centrista que delimitaba las victorias electorales. Un partido socialista no debía abdicar de sus convicciones en aras de un éxito electoral inmediato. Debía  vertebrar ideológicamente a las capas de la sociedad contrarias a las tesis liberal-conservadoras. Una vertebración que exigía tiempo, estudio, dedicación y un gran esfuerzo político para  realizar una tarea pedagógica de persuasión y convencimiento
Este debate entre las dos posiciones no fue un debate académico; como suele ocurrir en política  se produjo inflamado por las pasiones y por los sentimientos encontrados. Al llegar a aquel congreso de mayo del 79, los delegados se dividían en tres partes: un tercio favorable a las posiciones de Felipe González, un tercio favorable a las posiciones de Gómez Llorente y un tercio que pretendía el imposible de conseguir un PSOE que se mantuviera fiel a las tesis marxistas pero que siguiera contando con Felipe González como secretario general. Felipe González dimitió y todos los que componían el  sector intermedio, aterrados ante el enfado del secretario general, prefirieron que el PSOE se quedara sin ejecutiva antes de perder a Felipe González. Los vencedores afirmaban que no había que sacralizar el pensamiento de Carlos Marx y  lograron sus propósito; eso sí iniciando el camino de la deificación de Felipe González. Esa deificación contó con el apoyo de los grandes medios de comunicación que estigmatizaron la posición de los críticos hasta reducir sus posiciones a la caricatura. A partir de ese momento se fue construyendo una historia oficial para la cual aquellos críticos quedaban reducidos al papel de un obstáculo venturosamente saltado para lograr alcanzar la racionalidad de un liderazgo firme, prudente, sensato y moderno que permitiría grandes victorias electorales y 14 años de gobierno.

Luis Gómez Llorente (izda.) y Pablo Castellano, en una imagen de 1983. / Wikipedia
Esa historia oficial ha inundado cientos de páginas. Algunos de los protagonistas de aquellos hechos como Pablo Castellano o Francisco Bustelo han dado en numerosas ocasiones su versión de lo ocurrido, la han plasmado en libros de memorias. No así Gómez Llorente que prefirió no volver sobre lo ocurrido aquellos días. Tampoco explicitó, en artículos o en entrevistas en los grandes medios de comunicación, los motivos de su alejamiento de la política institucional. Esta decisión, esta voluntaria retirada de los focos de la alta política, ha provocado que cada uno tenga en su cabeza una interpretación de lo ocurrido entonces. Esa voluntaria reclusión en la vida profesional y en la militancia sindical, ese silencio tan pronunciado, ha provocado que sean muchos los que piensen que el resto de su vida política constituyó un silencio prolongado. No fue así, pero para conocer el resto de su actividad, hay que poner el foco en  publicaciones minoritarias donde fue difundiendo una aportación inestimable al pensamiento socialista.
Volviendo a nuestra historia hay que decir que en aquellos meses de debate, en el ya lejano verano de 1979 se insistía por parte del sector felipista en la necesidad de enterrar la acumulación ideológica del PSOE, fruto de la clandestinidad y del exilio, que lastraba al Partido Socialista como partido de gobierno. Para Gómez Llorente, ahí estaba el peligro: el peligro del electoralismo (de decir lo que la mayoría del electorado quería oír y  reducir la tarea de un partido político a conseguir un líder competitivo electoralmente) y el  peligro de la desideologización, de llegar a una situación en la que fueran indistinguibles las ofertas electorales de las grandes formaciones políticas.
Frente a ambos peligros, Gómez Llorente recordaba que si uno analiza los textos de Pablo Iglesias, de Largo Caballero, de Prieto o de Fernando de los Ríos y observa lo que decían del nacionalismo catalán o del nacionalismo vasco, del régimen capitalista, de la República, de la cuestión religiosa o de la lucha de clases, constatará una enorme  diferencia con los discursos de Felipe González, tanto en el estilo como en los contenidos. Ante esta situación era imprescindible preguntarse qué quedaba del proyecto socialista, en qué consistía la diferencia entre derecha e izquierda, por donde debería ir la actualización de ese pensamiento en un contexto histórico distinto al de la primera mitad del siglo veinte.
Luis Gómez Llorente sabía de lo que hablaba: era de los pocos socialistas que habían debatido con los hombres del  exilio (con el propio Indalecio Prieto), que habían tratado a Rodolfo Llopis, que había publicado una Historia del PSOE desde los orígenes hasta la escisión comunista. Una vez que el partido socialista siguió la senda abierta por el electoralismo y la desideologización, se refugió en una tarea apartada de los focos pero enormemente fecunda: reconstruir la memoria de lo mejor del pensamiento socialista, dar la palabra a todos aquellos que estaban siendo olvidados en aras de las urgencias de la coyuntura política y de los requerimientos de los técnicos electorales. Aprovechó  el alejamiento de los focos mediáticos para lograr que la palabra de los socialistas volviera  a ser recordada. Esa fue su tarea durante los últimos treinta años, en los que para bien de la izquierda, no todo fue silencio. En la segunda parte del artículo intentaré resumir algunas de estas aportaciones.
(*) Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.