sábado, 28 de abril de 2012

Las medidas falsamente necesarias


Juan Francisco Martín Seco

Una superchería domina a menudo el discurso económico, la de la necesidad. Es frecuente escuchar a los gobiernos que tal o cual medida es necesaria. “Ya nos gustaría no tener que hacerlo, pero no queda otra alternativa”. Y esta letanía es recogida y difundida por los altavoces mediáticos de los poderes económicos que lo repiten una y otra vez, hasta que la población acaba aceptándola como verdad indiscutible. Sin embargo, pocas realidades serán tan contrarias a la ciencia económica como la necesidad. La economía comienza como disciplina allí donde se da la posibilidad de elegir entre distintas opciones. En presencia del determinismo, el problema económico desaparece.
Según la famosa definición de Robbins, dos son los parámetros que enmarcan la actividad económica: la escasez y la alternancia. Si falta cualquiera de estos elementos no podemos hablar de problema económico. Escasez no se identifica con necesidad, sino con limitación. Los recursos son limitados pero de usos alternativos. Y ante cualquier medida económica siempre caben una o varias opciones. Bien es verdad que la elección de una u otra nunca suele ser neutral. Se beneficia a determinados grupos y se perjudica a otros.
Desde mayo de 2010, los sucesivos gobiernos, primero el del PSOE y más tarde el del PP, han ido adoptando todo un abanico de medidas de tal calado que están modificando sustancialmente la estructura social, el marco de relaciones laborales y hasta la misma condición de nuestro Estado. El actual presidente del Gobierno ha pedido en rueda de prensa “un pequeño esfuerzo” -¿pequeño?-, “unos pocos euros necesarios para el sostenimiento de la educación o de la sanidad pública”. “Son cosas que no nos gusta hacer”, ha dicho, “pero son totalmente necesarias para el sostenimiento de la sanidad o la educación pública”. “En este momento no hay dinero para atender el pago de los servicios públicos. No hay dinero porque hemos gastado mucho”.
Esta última aseveración, aplicada al Estado, carece totalmente de fundamento. Si algún sector ha gastado mucho en la etapa anterior ha sido el privado. Se mida como se mida, el sector público español se ha mantenido en un nivel de gasto muy inferior al de otros países, como ahora se dice, de nuestro entorno, a los que según se proclama se pretende imitar; y la comparación se hace mucho más negativa para España si a lo que nos estamos refiriendo es a los gastos sociales.
Los problemas actuales de las finanzas públicas tienen su origen en la enorme caída de los ingresos ocasionada por la recesión económica y por las tres reformas fiscales extraordinariamente regresivas (dos del anterior gobierno del PP y una del último gobierno del PSOE), instrumentadas principalmente en el IRPF y en el impuesto de sociedades. En su momento, se vendía la peregrina idea de que no iban a tener impacto en la recaudación y se propagaba el espejismo de que la bajada impositiva se realizaba sin coste alguno, es decir, sin contrapartida, sin aumento de otros impuestos o reducción y menoscabo de los servicios públicos o de las prestaciones sociales. Ahora, sin embargo, se afirma que no hay dinero y se opta por la peor solución posible que es la de hacer pagar al usuario.
En esta materia, como en cualquier otra de las áreas de la disciplina económica, las alternativas existen. Los servicios públicos se pueden financiar mediante impuestos o a través de un precio; cuando se mantiene que son insostenibles lo único que se está diciendo es que no se desea sufragarlos mediante tributos. Financiarlos total o parcialmente a través del precio no es más que una opción, y una de las peores porque se hace depender la educación o la asistencia sanitaria de la capacidad económica del usuario, destruyendo la igualdad de oportunidades que, aunque escasa, el Estado social había generado.
La excusa de aplicar la progresividad al copago carece totalmente de fundamento. Para eso existen los impuestos que se pueden hacer tan progresivos como se desee. Además, aumentarán enormemente la carga burocrática y el coste de tramitación, tanto más si se lleva a cabo, como es lógico, por departamentos ministeriales ajenos al de Hacienda desconocedores por completo de este tipo de procedimientos. Volvemos a ser testigos de ocurrencias sin reflexión y estudio, de modo que se cometerán de nuevo burdas equivocaciones como la de caer en el error de salto, creando enojosos agravios comparativos
Publicado en República

domingo, 15 de abril de 2012

¿Cambios en la socialdemocracia francesa y española?

Enfoques

¿CAMBIOS EN LA SOCIALDEMOCRACIA FRANCESA Y EN LA ESPAÑOLA?

¿CAMBIOS EN LA SOCIALDEMOCRACIA FRANCESA Y EN LA ESPAÑOLA?
Parece que el descontento de la ciudadanía con los instrumentos políticos que históricamente han sido más receptivos a las demandas de las clases populares -tales como los partidos socialdemócratas- están teniendo un cierto impacto en algunos países, provocando la recuperación de parte del ideario político que se había abandonado cuando gobernaban. Uno de los protagonistas del cambio provocado por este descontento popular es el Partido Socialista Francés (PSF). Su candidato François Hollande había sido el candidato “moderado” durante las últimas primarias de tal partido. Su “moderación” había sido la causa de la aprobación y simpatía por parte del establishment mediático en Francia hacia su candidatura, un establishment temeroso de cualquier contagio radical del PSF por parte de las corrientes de izquierda de aquel partido y de fuera de él. Un elemento atractivo del candidato Hollande para tal establishment mediático había sido su abandono de políticas redistributivas. La redistribución no era un concepto con el cual tal político se hubiera encontrado cómodo. Hollande representaba con esta actitud un comportamiento bastante generalizado en gran número de partidos socialdemócratas europeos (ver mi artículo “El abandono de las políticas redistributivas por parte de las izquierdas gobernantes” en www.vnavarro.org, publicado en Sistema Digital. 06.01.12).
Como parte de este abandono, Hollande había indicado que estaba en contra de elevar sustancialmente los impuestos de los súper ricos, aduciendo los mismos argumentos que han utilizado los políticos conservadores y liberales (en realidad, neoliberales) para rechazar tales políticas fiscales. Hace sólo un año, Hollande afirmó, como ha indicado recientemente el ‘Financial Times’ (28.02.12), que estaba en contra de tales medidas “confiscatorias” (el término que utilizó), pues lo único que tales políticas conseguirían sería que los súper ricos se desplazaran a otros países, argumento que el lector habrá leído miles de veces en los medios (muy influenciados por los ricos). Hollande afirmó que quería que los súper ricos pagaran impuestos en Francia y sólo lo conseguiría evitando impuestos confiscatorios.

Pero, mira por donde, durante la campaña electoral Hollande ha cambiado de posición, e informa a todo el mundo, incluidas las clases populares, que gravará los ingresos de más de un millón de euros, con un 75% de tasa marginal. Ni que decir tiene que los súper ricos han puesto el grito en el cielo, como documenta muy bien el artículo de Hugh Carnegy en el ‘Financial Times’ (28.02.12) que he citado en el párrafo anterior. Este grito ha sido apoyado por el candidato conservador-neoliberal, Sarkozy, el cual ha subrayado que tal política fiscal afectaría negativamente al nuevo ídolo cinematográfico francés Jean Dujardin, reciente ganador del Oscar al mejor actor, insinuando que Francia perdería tal tipo de personalidades carismáticas de la cultura francesa si tales políticas fiscales “confiscatorias” tuvieran lugar, ahuyentando el talento y a los súper ricos de Francia. Parece que tal argumento no está teniendo ningún impacto en la población francesa. Según Carnegy, nada menos que entre el 61% y el 65% de franceses aprueban tal medida fiscal, supuestamente “confiscatoria”, lo cual explica que el candidato Hollande lo esté pidiendo ahora, en periodo electoral. Ahora bien, el problema que tiene Hollande es que la población francesa tiene memoria (y la campaña Sarkozy se lo recuerda citando las declaraciones de Hollande en contra de las medidas que ahora apoya). De ahí su grave problema de credibilidad. Ahí está el problema del Partido Socialista Francés y de gran número de los partidos socialdemócratas europeos. El cambio en los partidos socialdemócratas no debe ser sólo de valores y programas, sino también de equipos y personas. Hollande es un personaje político muy vulnerable, pues hoy apoya medidas a las que ayer se opuso.

Esta observación no tiene por qué desmerecer las medidas que ahora apoya. En realidad, éstas significarían, en caso de aplicarse, un cambio muy sustancial de las políticas públicas existentes hoy en Francia y en la mayoría de los países de la Unión Europea. Por primera vez, un dirigente político, con posibilidades reales de salir elegido presidente de un país, propone cambiar las políticas neoliberales de austeridad que dominan hoy en la Unión Europea, poniendo en su lugar políticas de estímulo económico y creación de empleo. Hollande ha cuestionado el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobierno (TSCG), impuesto por el binomio Merkel-Sarkozy, que está desmontando el Estado del Bienestar en los países de la Unión Europea, forzando recortes de gran magnitud en el gasto público, incluyendo gasto público social.

El objetivo central de la banca, dirigida por el BCE y por el binomio Merkel-Sarkozy, es desmantelar la protección social y debilitar al mundo del trabajo, incluso a costa de crear otra Gran Recesión (las políticas del Gobierno Rajoy están también claramente en este sentido). La llamada “crisis de la deuda pública” (una crisis artificial, creada en parte por la banca y el BCE) cuenta a su servicio con las agencias de valoración de bonos, que juegan un papel determinante en la creación de tal crisis. No es mera casualidad que François Fillon, primer ministro del Gobierno Sarkozy, utilizara como máximo indicador de “la falta de rigor” de las propuestas del candidato Hollande, el hecho de que cualquiera de estas agencias de evaluación de bonos les daría un suspenso mayúsculo (Le Journal Dimanche, 15.01.12). El señor Fillon, por cierto, ha sido uno de los oponentes a establecer agencias de valoración públicas europeas que valoraran objetivamente y rigurosamente los bonos públicos de los Estados de la Unión Europea. La falta de credibilidad de las agencias privadas está bien mostrada, incluso por dirigentes de tales agencias, tales como el vicepresidente de Moody’s, que tras dejar la agencia admitió, frente a la comisión del Congreso de EEUU encargada de analizar las causas de la crisis financiera, que los trabajos de tales agencias están orientadas primordialmente a satisfacer los intereses de sus clientes, en lugar de realizar análisis objetivos de la valía de tales bonos. Más claro es imposible decirlo. Y estas agencias, que son utilizadas por el BCE como su indicador de calidad de los productos financieros, son las que están creando el problema artificial de la deuda pública.

LA IMPORTANCIA DE LA VICTORIA DE HOLLANDE

Es importantísimo para la Unión Europea que el binomio Merkel-Sarkozy deje de dominar tal comunidad. La derrota de Sarkozy podría ser un paso en esta dirección, aunque es frustrante que la socialdemocracia alemana esté todavía estancada en el pensamiento neoliberal heredado del Gobierno Schröder, que el Gobierno Zapatero intentó imitar. Ni que decir tiene que existen distintas opciones dentro del Partido Socialdemócrata alemán. Pero el que probablemente sería el sucesor de Merkel, Peer Steinbrück, en caso de que ganara tal partido, ha ridiculizado las propuestas de Hollande, acusándole de “ingenuo”, añadiendo que es más que probable que cambiaría una vez elegido, lo cual, por cierto, no es nada descartable. Serge Halimi, director de ‘Le Monde Diplomatique’, en un artículo titulado “Sacking Sarkozy won’t be enough” en la revista de izquierdas de EEUU ‘Counterpunch’ (03.04.12), señala como Lionel Jospin, que como candidato había criticado el Pacto de Estabilidad (como ahora Hollande critica el TSCG), acabó aceptándolo tras meros cambios estéticos (añadiendo la palabra crecimiento después de estabilidad, sin proveer los instrumentos para poder estimular la economía). La imagen de Hollande, apoyando ahora medidas que ayer criticó, subraya la vulnerabilidad de su credibilidad. El punto clave, sin embargo, no es tanto lo que ahora Hollande (y otros dirigentes de la socialdemocracia) prometen, aunque es positivo que lo prometan, sino lo que harán cuando salgan elegidos presidentes. Dirigentes de todos los partidos (y los partidos socialdemócratas entre ellos) prometen medidas populares que, frecuentemente, luego no llevan a cabo. Que lo realicen o no, dependerá, no de su palabra, promesa, o programa electoral, sino de dos factores. Uno es la fuerza de los partidos a su izquierda. Sin que estos partidos tengan suficiente poder en Francia para influenciar al PSF, el gobierno Hollande no lo hará. Y el segundo factor, incluso más importante que el primero, es la movilización y presión popular por parte de los movimientos sociales y del movimiento sindical. Sin que ello ocurra, el “talante” moderado del señor Hollande predominará si gana las elecciones, por mucho que haya prometido lo contrario.

¿CAMBIOS EN LA SOCIALDEMOCRACIA ESPAÑOLA?

Una situación todavía más acentuada de vulnerabilidad de su credibilidad es el caso Rubalcaba en el PSOE. ¿Cómo puede hacer propuestas de cambio cuando él, secretario general del partido socialdemócrata, el PSOE, fue el segundo de a bordo del Gobierno Zapatero hasta hace sólo unos meses? Las medidas tomadas por el Gobierno Zapatero en respuesta a la crisis fueron enormemente impopulares y causaron la mayor derrota electoral que el PSOE haya sufrido desde el establecimiento de la democracia en España. Y el Gobierno Zapatero tenía como la persona más poderosa, después del propio Zapatero, a Rubalcaba, que siempre defendió tales medidas. La falta de recambio en la dirección de tal partido le ha hecho un flaco favor al mismo, pues el Gobierno Rajoy puede responderle, como hace responde constantemente, “¿por qué no hizo usted estas políticas públicas que ahora recomienda cuando usted gobernaba?”. Esta vulnerabilidad la utiliza efectivamente el Partido Popular en casi cada ocasión que recibe críticas de Rubalcaba.

La clara necesidad de un cambio dentro de la socialdemocracia en España y en Europa ha originado una serie de respuestas que advierten del supuesto peligro que la socialdemocracia mire a su pasado e intente recuperar sus “esencias”, término peyorativo que se utiliza para definir las políticas públicas de carácter redistributivo que se han basado en un intervencionismo público acentuado. Así, Soledad Gallego Díaz, en un artículo titulado “¿Hay futuro para la social democracia?” en ‘El País’ (25.03.12), desanima a la socialdemocracia a recuperar sus principios, tales como su énfasis en políticas redistributivas, concluyendo que el renacimiento de la socialdemocracia no puede basarse en el abandono de la Tercera Vía o la Neue Mitte de Gerhard Schröder (que sí que abandonaron tales políticas). Un tanto semejante ocurre en el artículo de José María Maravall titulado “los deberes actuales” (27.03.12), donde tal autor, que en su día fue ministro del Gobierno de Felipe González, aplaude también a Tony Blair y Gerhard Schröder por haberse distanciado de lo que llama despectivamente las “esencias” de la socialdemocracia, lo cual les llevó a una larga estancia en el Gobierno, que Maravall atribuye a la popularidad de sus medidas.

Tales expresiones de admiración responden a un gran desconocimiento sobre la inexistente supuesta popularidad de tales Gobiernos. Como varios autores han documentado (ver mi artículo “El porqué del declive de la Nueva Vía en el socialismo español”, ‘Sistema Digital’, 10.06.11), el Partido Laborista liderado por Blair fue perdiendo apoyo electoral a partir de su primer mandato, cuando abandonó lo que Soledad Gallego Díaz y José María Maravall llaman despectivamente las “esencias” socialdemócratas. Tal partido había conseguido el 33% del electorado en 1997, la primera vez que fue elegido. En 2001, bajó ya al 25%, más tarde, en 2005 al 22% y en 2010 ya colapsó al 19%. La larga permanencia del Gobierno Blair tuvo poco que ver con la popularidad de sus políticas (en realidad, muy poco populares), y mucho con el sistema bipartidista de Gran Bretaña y la enorme crisis del Partido Conservador. Si Gran Bretaña hubiera tenido un sistema proporcional, el Partido Laborista no podría haber continuado gobernando por tanto tiempo. Un tanto semejante ocurrió con el Partido Socialdemócrata alemán, bajo el liderazgo de Schröder. Éste había conseguido alcanzar el 34% del electorado en 1998, para bajar al 30% en 2002, al 27% en 2005 y al 16% en 2010. Además, perdió casi la mitad de sus miembros. En realidad, la enorme crisis de los partidos socialdemócratas se basa en su abandono de los principios socialdemócratas entre los cuales la redistribución sustancial de los recursos fue uno de sus principios básicos.

Maravall asume, erróneamente, que el abandono del compromiso redistributivo de los Gobiernos socialdemócratas (diluido con el paso del tiempo) se debe a su compromiso con el principio de universalidad, es decir, con su compromiso con la expansión de los derechos de la ciudadanía o universalización de los derechos. No hay contradicción, sin embargo, entre universalidad y redistribución. En realidad, el primero requiere lo segundo. No puede garantizarse el acceso universal a los servicios públicos del Estado del Bienestar sin medidas redistributivas. La universalización de los derechos sociales, garantizando que todo ciudadano tenga igual acceso a la sanidad, por ejemplo, requiere una redistribución de los recursos. No es por casualidad que los países más desiguales, como EEUU, sean también los que tienen menos universalidad en su acceso a los derechos sociales. El principio básico (que el término “esencia” intenta ridiculizar) de que “cada uno reciba los servicios y recursos según su necesidad –basado en el principio de que cada uno tenga acceso a poder resolver su necesidad-, y ‘de cada uno según su capacidad’ (y los recursos que tenga)”, era tan válido cuando se estableció el socialismo en democracia –la socialdemocracia- como lo es ahora.

Algo parecido ocurre con los derechos políticos. En los países que se consideran democráticos, la universalidad de los derechos políticos está claramente mermada por la existencia de grandes desigualdades. EEUU es un ejemplo de ello. Las enormes concentraciones de la riqueza y su dominio del proceso político violan el proceso democrático.

Basado en estos datos, que son robustos e incuestionables, aconsejaría a aquellos partidos que “recuperaran sus esencias”, abandonadas desde hace tiempo, causando su enorme crisis. Renovar los planteamientos, necesarios para adaptarlos a los tiempos que vivimos, no puede hacerse a base de abandonar lo que la socialdemocracia fue y debería continuar siendo. Es relativamente fácil ver por qué la socialdemocracia está en profunda crisis, como también es relativamente fácil ver qué es lo que debería haber hecho cuando gobernaba y no se hizo. El abandono de sus esencias y su adaptación al neoliberalismo creó una enorme concentración de poder financiero y económico que ha dominado la vida política y mediática de los países, incluyendo España. Es imposible recuperar la democracia sin eliminar tal concentración de poder económico, financiero y mediático existente hoy en España. La realidad de este hecho es evidente. Lo que ocurre es que la socialdemocracia no se atreve a enfrentarse con los poderes fácticos, pues actualmente existe un maridaje entre sus profesionales del poder y estos grupos. Pero esto es materia para otro artículo.

domingo, 8 de abril de 2012

La explosión del periodismo (Ignacio Ramonet)

Ignacio Ramonet y la explosión del periodismo
Luis Hernández Navarro
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El autor de La explosión del periodismo se refiere a narraciones de fraude periodístico, como los reportajes del júbilo popular en el momento que derriban la estatua de Saddam Hussein, que en el libro forman parte del capítulo Mentirosos compulsivosFoto Ap
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l 10 de marzo de 2000, Jack Kelly publicó en el USA Todayla historia de Jacqueline, una empleada de hotel cubana que huyó de su país en una patera. Según el periodista, en su odisea la migrante se ahogó trágicamente en el estrecho de Miami. La nota era falsa. La mujer, cuyo verdadero nombre era Yamilet Fernández, estaba viva.
La narración de este fraude periodístico y de otros más, como los reportajes del júbilo popular en el momento de la demolición de la estatua de Saddam Hussein en Bagdad, el 9 de abril de 2003, forma parte del capítuloMentirosos compulsivos, del libro La explosión del periodismo, de Ignacio Ramonet. Según el analista, la existencia de este tipo de prácticas es una de las razones por las que la prensa diaria de pago se ha desacreditado ante sus lectores y se encuentra al borde del precipicio.
El descrédito de los periodistas, de acuerdo con Ramonet, está relacionado también con la confusión creciente entre comunicación (entendida como la difusión de mensajes complacientes y aduladores en favor de las empresas que las encargan) e información; la concentración monopólica de los medios y el concubinato entre políticos y periodistas.
Antes, asegura el periodista, los periódicos vendían información a los lectores; ahora lo que hacen es vender consumidores a los anunciantes.
El descrédito, sin embargo, no es el único problema que enfrenta la prensa. La época en la que los medios y los periodistas detentaban el monopolio de la información en la sociedad está llegando a su fin, afirma Ignacio Ramonet. El impacto del meteorito Internet ha provocado un cambio sustantivo del ecosistema mediático y la extinción masiva de los diarios de la prensa escrita. Sin embargo, los periódicos no van a desaparecer. Por el contrario, asegura el semiólogo nacido en España y radicado en Francia, probablemente nunca ha existido un momento más favorable para ser periodista.
La explosión del periodismo es el último libro de uno de los principales promotores del Foro Social Mundial y entrevistador del subcomandante Marcos y de Fidel Castro, publicado en España el año pasado por Clave Internacional y reditado por el Instituto Cubano del Libro.
En apenas 130 páginas, el autor de 20 libros más, director de 1990 hasta 2008 de la edición francesa de Le Monde diplomatique, y desde ese año de la edición española de la publicación, dibuja una detallada y vívida radiografía de los problemas que padece el periodismo contemporáneo. Con la precisión del cirujano disecciona a una prensa desubicada tras los impactos de la revolución digital, el surgimiento y expansión de las redes sociales, la fragmentación de los lectores, el colapso de la credibilidad de los medios y el impacto de la crisis económica.
La radiografía que hace muestra un paciente con graves problemas. Tan sólo entre 2003 y 2008, la difusión mundial de los diarios de pago cayó 7.9 por ciento en Europa y 10.6 por ciento en América del Norte. Solamente en Estados Unidos desaparecieron 120 periódicos, con la pérdida de unos 25 mil empleos. La difusión de la prensa escrita cae 10 por ciento al año. Numerosas publicaciones han sacrificado sus ediciones impresas. ElFinancial Times paga a sus redactores solamente tres días por semana.
La explosión del periodismo es, simultáneamente, un ensayo sobre la prensa escrita y un diagnóstico de sus principales retos, una crónica de sus aventuras y desdichas a lo largo de los últimos 10 años, y un pequeño catálogo de algunas de sus experiencias exitosas. Es así como pasa revista y analiza a profundidad casos como Wikileaks y lo que llama la excepción tunecina.
La clave de los proyectos exitosos, recuerda Ramonet, se encuentra, según el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, en que la gente ya no compra los diarios para informarse, los compra para entender, comparar, analizar, confrontar, revisar el revés y el derecho de la realidad.
Entre los factores que explican el agravamiento de la decadencia de la prensa escrita de pago se encuentran, según el autor de La tiranía de la comunicación, la especulación financiera (con la salida en Bolsa de medios de comunicación y fusiones y concentraciones de los grandes grupos mediáticos), la excesiva dependencia de la publicidad, la competencia de los periódicos gratuitos, el envejecimiento del lector de prensa y la pérdida de fidelidad a los medios escritos.
El libro concluye explicando el éxito de Die Zeit (El Tiempo), el seminario alemán cuyas ventas se han disparado y que tira medio millón de ejemplares. La clave de su fortuna consiste, de acuerdo con Giovanni di Lorenzo, su director, en ignorar los consejos de los expertos, estudiar las necesidades de sus lectores, renunciar a las modas y publicar artículos largos, documentados y serios.
La explosión del periodismo es un libro esclarecedor y actual; un trabajo indispensable para comprender la problemática y los desafíos de la prensa hoy en día. Una obra que debería llegar al lector mexicano a la brevedad.

viernes, 6 de abril de 2012

¿Por qué no se habla de reforma empresarial?

Vicenç Navarro

La gran atención dedicada a la crisis financiera por parte de los medios de comunicación ha facilitado que quedara en segundo plano uno de los fenómenos más importantes y preocupantes en la evolución de la economía productiva, es decir, en el sector de la economía donde se producen los bienes y servicios. Hasta hace poco los beneficios de las grandes empresas dependían primordialmente de la demanda doméstica para tales productos. De ahí que era importante que los salarios, por ejemplo, fueran elevados, pues la mayoría del consumo de tales empresas (alrededor del 80%) procedía del consumo de los asalariados y sus familias en el país donde se ubicaban sus sedes centrales.

Pero esto está cambiando muy rápidamente. Actualmente, el consumo de tales grandes empresas, hoy en día transnacionales, se produce fuera del país, y de una manera creciente en los países emergentes. China es importante, no sólo por la baratura de su fuerza de trabajo, sino por el enorme potencial de consumo de su población: casi una quinta parte de la población mundial. Jeffrey Immelt, el CEO (Chief Executive Officer) de la General Electric, es decir el que manda más en dicha empresa, indicó recientemente que de los 14.250 millones de dólares en beneficios que la compañía estadounidense hizo en 2010, 9.100 millones se habían realizado fuera de EEUU, siendo China uno de los países que generó mayores beneficios. Estos beneficios se basan, no sólo en los bajos salarios de los trabajadores chinos (la gran mayoría de empleados de las grandes empresas como Apple, Hewlett Packard, General Electric o empresas de Internet, están en China), sino también en el consumo realizado por los millones de chinos que están integrados ya en el mercado internacional. Y no sólo en China. En 2001, el 32% de los ingresos de las 500 compañías estadounidenses más importantes, procedían del extranjero. En 2008 tal porcentaje había subido al 48%. El ciudadano estadounidense, pues, deja de tener importancia para las grandes empresas transnacionales no sólo como trabajador, sino también como consumidor. El bajón de su capacidad adquisitiva y, por lo tanto, de la demanda de los productos de tales transnacionales, ha sido sustituida por la demanda generada por las “nuevas clases medias” que están surgiendo en los países emergentes.
La respuesta propuesta para subsanar esta situación era que los trabajadores estadounidenses y de otros países desarrollados, como los europeos, pudieran competir con los trabajadores chinos o de los otros países emergentes a base de aumentar su productividad. Pero esta situación está perdiendo validez a medida que la productividad en los países emergentes está creciendo enormemente.
Esta situación explica, en parte, la situación aparentemente paradójica de que, aunque la economía de EEUU y de los países de la Unión Europea está creciendo muy poco y la capacidad adquisitiva de los trabajadores ha ido descendiendo, los beneficios empresariales de tales empresas transnacionales han crecido exponencialmente. Los beneficios empresariales de las grandes empresas transnacionales en EEUU alcanzaron en 2010 la astronómica cifra de 1.659 billones (europeos) de dólares, 28% superior a la del año anterior, mientras que el salario de los trabajadores (la mediana) bajó 159 dólares de 2001 a 2009, quedándose en 26.261 dólares. El salario por hora para nuevos trabajadores de la manufactura es de 15 dólares, la mitad de hace diez años.
Las grandes empresas entienden el mundo como un mercado. Y sus trabajadores están también en todo el mundo. Se construye así un mundo en el que unos pocos, las élites dirigentes de tales empresas, tienen todo el dominio, frente a la mayoría de las clases populares, que se van empobreciendo en la medida que tales empresas van desplazándose de país en país en busca de trabajadores de bajos salarios, asegurándose su consumo mediante el desplazamiento de sus mercados.
Naturalmente que existen variaciones de lo que he descrito, según los sectores económicos. Como promedio, y según las cifras del Bureau of Economic Analysis (BEA) del gobierno federal estadounidense, el porcentaje de empleados fuera de EEUU en las compañías transnacionales basadas en EEUU ha pasado de ser un 26% en 1982 a un 36% en 2008. En la manufactura, así como en la industria del automóvil, el cambio ha sido más sustancial. En Ford, tal porcentaje ha pasado de ser un 47% en 1992 a un 68% en 2010.
¿Puede esta situación revertirse?
La respuesta es sí, pues la causa determinante de esta movilidad ha sido el dominio de estas élites empresariales (la plutocracia) sobre los Estados en los que se asientan. Tal globalización ha sido facilitada por las intervenciones públicas, que pueden revertirse de manera que se regule y/o se incentive esta reversión. Hasta ahora, el intento de revertir esta movilidad se hizo mediante abaratamiento de la fuerza del trabajo y la reducción de su protección social. El enorme ataque a los sindicatos que estamos viendo en EEUU y en España responde a este objetivo. Algunas de las empresas que la Ford contrata en California (como en la fábrica de tractores en Dearborn) el salario horario es ya semejante al que Ford tendría que pagar en China en 2015.
Pero esta medida no resolverá el problema de la escasa demanda. De ahí que se hagan necesarias otras medidas intervencionistas del Estado, revirtiendo los incentivos y ventajas fiscales que hoy se otorgan a las compañías exportadoras, y exigiendo una desglobalización de las transnacionales, lo cual no quiere decir que abandonen los mercados exteriores, sino que prioricen los mercados interiores mediante medidas intervencionistas. Y sus frutos aparecen ya. Estamos hoy viendo compañías como Ford, Caterpillar, Wham-O Inc., Master Locks, Suarez Manufacturing e incluso General Electric, que están transfiriendo producción de China y Méjico a los Estados de Georgia, Ohio, Indiana, Wisconsin, California y Michigan. Lo que se requiere es un intervencionismo público encaminado a retener los puestos de trabajo, lo cual requiere un cambio muy notable de políticas públicas encaminadas a facilitar el mantenimiento de puestos de trabajo en lugar de su exportación. Estas políticas son necesarias también en la Unión Europea y en España. Medidas encaminadas a cambiar el comportamiento de las empresas transnacionales, incrementando el poder del mundo del trabajo a nivel empresarial son medidas alternativas a las existentes, cuya eficacia ha sido probada en otros países.

artículo publicado por Vicenç Navarro en la revista digital SISTEMA, 30 de marzo de 2012