domingo, 30 de enero de 2011

La crisis ha sido una gran estafa: entrevista a Juan Torres López

Juan Torres es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, consultor y asesor de gobiernos y organizaciones internacionales, interviene en foros y seminarios de divulgación económica y análisis. Es un escritor prolífico y ha publicado un buen número de libros (el último se titula ¿Por qué se cayó todo y no se ha hundido nada? La crisis de las hipotecas basura), medio millar de artículos y tiene un blog en internet,Ganas de escribir.

Entrevista a Juan Torres López
¿Cuál es la razón de esta crisis?
El gigantesco y antidemocrático poder de decisión de los banqueros es el origen auténtico de la crisis. Lo resumiré con cinco citas ajenas: “Los bancos tienen la culpa de todo”, “La banca ha tenido una conducta irresponsable”, “La crisis se ha producido porque se ha dejado que la banca cometa un fraude generalizado”, “Los directivos de los bancos que han recibido dinero del Estado y ahora pagan bonos son unos sinvergüenzas” y “La crisis se ha producido gracias a los chanchullos de la Administración de Bush”. Estas frases proceden de fuentes nada sospechosas de izquierdismo anticapitalista. Las han pronunciado, por este orden, Warren Buffet, que es uno de los dos hombres más ricos del mundo; la segunda aparece en un documento del G 20; la tercera es de Alan Greenspan, el que fue presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos; la cuarta es de Barack Obama y la quinta es una opinión de Paul Samuelson, premio Nobel de Economía, considerado como el más prestigioso economista de la segunda mitad del siglo XX.
¿Por qué califica usted esta crisis como una estafa?
Ha sido una gran estafa. Estafa de los bancos que inundaron el mundo de hipotecas sin garantías y de porquería financiera. Estafa de los organismos internacionales y la mayoría de los bancos centrales y gobiernos que han creado las condiciones para que los bancos se forren. Estafa de analistas y académicos que proclamaron las virtudes del libre mercado y de la desregulación de las fianzas. Estafa de los líderes políticos que primero dijeron no haberse enterado de nada; luego, ante la gravedad de lo que sucedía, afirmaron que iban a cambiar las cosas, más tarde inventaron excusas como la gripe A o la amenaza terrorista para que los ciudadanos miraran a otra parte y no salieran a la calle y, finalmente, actuaron con el principio de que para salvar la economía había que salvar primero a los bancos que la llevaron al desastre. Estafa de los poderosos del planeta que provocaron este problema gigantesco sin asumir ni pagar sus responsabilidades y que, como siempre, han hecho que las personas débiles y pobres sean quienes sufran y paguen sus criminales destrozos.
¿Los bancos han chantajeado a los gobiernos?
Muchos gobiernos, como el español, tenían superávit presupuestario antes de 2007 y 2008, pero en cuanto tuvieron que aumentar el gasto público para hacer frente a los efectos de la crisis, comenzaron a incurrir en déficit y a tener que emitir deuda. Los bancos públicos desaparecieron hace años en aplicación de políticas neoliberales de privatización. A los gobiernos no les quedó más remedio que emitir deuda. El Banco Central Europeo inyectó dinero a los bancos para salvar sus agujeros sin fondo, al 1% de interés. Pero luego los bancos han exigido a los gobiernos rendimientos del 4 y el 5% para la compra de deuda. Se ha aprovechado de la situación para lograr rentabilizar al máximo sus capitales.
¿No se puede acusar y penalizar a los responsables de la crisis?
Tribunales hay, pero la justicia está al servicio de los poderosos y, a veces, garantiza su impunidad. Hace unos pocos años el Banco de Santander inventó un producto financiero para aliviar la presión fiscal de sus clientes más ricos. Pero Emilio Botín no rindió cuentas ante los jueces aunque su banco entregó a Hacienda información falsa sobre casi diez mil operaciones bancarias por valor de 145.000 millones de pesetas, presentando titulares o testaferros de ese producto financiero tales como personas fallecidas -algunas durante la guerra civil-, ancianos desvalidos, parados o emigrantes, que nada sabían de tales operaciones. Era un delito por fraude y falsificación de identidad. Hubo una acusación particular que pidió para Botín alrededor de 170 años de cárcel. Pero, en un momento del proceso, el fiscal y el abogado del Estado decidieron retirarse, manifestando que el Estado no se había sentido dañado. Y el tribunal decidió que no había motivo para juzgar. Al tiempo apareció en el diario El País una noticia indicando que la entonces secretaria de justicia y después vicepresidenta del gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, había dado orden al fiscal para que retirara el contencioso. Y entonces ni hubo jueces, ni periodistas, ni ciudadanos que actuaran.
¿Qué alternativas se han propuesto desde la economía crítica?
La crisis es del sistema y las soluciones han de situarse fuera del sistema actual. Enumeraré algunas. Poner el sistema financiero al servicio de la economía productiva de bienes y servicios. Evitar que se especule con un bien necesario como es la vivienda. Facilitar créditos a bajo interés a las empresas y ciudadanos. Imponer topes al beneficio y restablecer el valor social de los impuestos. Subir los salarios reales, manteniendo la capacidad de compra y la productividad. Crear un auténtico sistema fiscal internacional y mecanismos mundiales de redistribución de la renta. Acabar con el régimen de plena libertad de movimientos del capital que arruina economías de países enteros, produce crisis locales y globales, no ayuda a la producción de bienes y servicios y sólo produce beneficios a los propietarios del capital. Establecer un sistema basado en la plena cobertura de las reservas bancarias y evitar que con el sistema de reservas fraccionarias la banca tenga el privilegio monopolista que alimenta la deuda, engorda la actividad especulativa y atribuye a los banqueros tan ingentes beneficios y un poder que chantajea al Estado. A la crisis no le pueden hacer frente sólo los gobiernos de los países ricos, sino que es necesario crear un gobierno mundial plenamente democrático, alejado de los lobbies y grupos de poder actuales. Y es cuestionable el papel del dólar como moneda dominante en la economía mundial.
¿Qué papel pueden jugar la banca pública y las cajas de ahorro?
La crisis ha puesto de relieve el coste grandísimo de haber renunciado a la banca pública. Hay que reivindicarla. Pero lo público no es en sí mismo lo adecuado, si su lógica no es diferente a la de la banca privada. Las cajas de ahorro no han hecho sino clonar la experiencia de la banca privada. Las concentraciones de cajas y la participación en ellas de capital privado parecen la antesala de su total privatización, que es la pretensión de la gran banca. A esa gran banca globalizada, alejada del territorio y sin corazón, le tiene sin cuidado la existencia de una economía local, de empresas apegadas al terreno, de modestas iniciativas de emprendedores, o la importancia de atender a las pequeñas economías domésticas. La banca ética (Fiare, Triodos), incipiente aún, es una buena alternativa.
Entrevista realizada por Javier Pagola – Revista Alandar

viernes, 28 de enero de 2011

Las lecciones de Argentina

Joseph Stiglitz


El colapso de Argentina dio lugar a la suspensión de pagos más grande de la historia.

Los expertos están de acuerdo en que éste es sólo el último de una serie de salvamentos encabezados por el FMI que despilfarraron miles de millones de dólares y no lograron salvar a las economías que pretendían ayudar. La naturaleza de ese fracaso, sin embargo, está todavía en discusión. Algunos argumentan que el FMI fue demasiado indulgente; otros, que fue demasiado severo.


Aquellos que culpan al FMI ven el problema como provocado por el propio gasto de Argentina, despilfarrador y corrupto. Estos intentos de culpabilización están equivocados: uno puede entender la suspensión de pagos como consecuencia de los errores económicos cometidos durante toda una década. Entender qué fue lo que salió mal nos brinda importantes lecciones para el futuro.


Los problemas empezaron con la hiperinflación de la década de los ochenta. Para reducir la inflación hacía falta cambiar las expectativas; 'anclar' la moneda al dólar suponía lograr eso. Fue un retorno a una variante del viejo argumento del patrón oro. Si la inflación continuaba, el tipo de cambio real del país se apreciaría, la demanda de sus exportaciones caería, el desempleo se incrementaría y eso moderaría las presiones de los salarios y los precios. Los agentes del mercado, sabiendo eso, se darían cuenta de que la inflación no se mantendría. Siempre y cuando el compromiso con el sistema cambiario fuera creíble, lo sería también el compromiso para detener la inflación.



Si las expectativas inflacionarias cambiasen, podría lograrse reducir la inflación sin un costoso desempleo. Esta receta funcionó durante un tiempo en algunos países, pero era arriesgada, como se mostraría en Argentina.
El FMI fomentó el uso de este sistema cambiario. Ahora es menos entusiasta, aunque es Argentina quien está pagando el precio, y no el FMI. La fijación por ley de la paridad uno a uno entre el peso y el dólar redujo la inflación, pero no promovió un crecimiento sostenido. Se debió alentar a Argentina para que estableciera un sistema cambiario más flexible o, por lo menos, un tipo de cambio que reflejara más los patrones comerciales del país.


También hubo otros errores en el programa de 'reforma' de Argentina. Se alabó a ese país por permitir que los bancos fueran en gran parte propiedad de extranjeros. Por un tiempo esto creó un sistema bancario aparentemente más estable, pero este sistema fracasó en la ayuda a las pequeñas y medianas empresas. Después del impetuoso crecimiento que llegó con el fin de la hiperinflación, éste se redujo, en parte porque las empresas en el país no pudieron obtener una financiación adecuada. El Gobierno argentino reconoció el problema, pero fue golpeado por numerosos contratiempos fuera de su control antes de que pudiera hacer algo al respecto.


La crisis de Asia Oriental de 1997 le supuso el primer golpe. En parte debido al mal manejo del FMI, aquélla se volvió una crisis financiera global, incrementando los tipos de interés para todos los mercados emergentes, incluyendo el de Argentina. El sistema cambiario de ese país sobrevivió, pero a un precio muy alto: la aparición de un porcentaje de desempleo de dos dígitos.

Pronto, los altos tipos de interés desbordaron el presupuesto del país. Pero aun así, la relación deuda-PIB de Argentina -incluso cuando el país empezó a colapsarse- permaneció en un nivel moderado, cerca de 45%, más bajo que la de Japón. Pero con tipos de interés de 20%, el 9% del PIB del país se gastaría anualmente en financiar la deuda. El Gobierno buscó la austeridad fiscal, pero no lo suficiente como para compensar los caprichos del mercado.


La crisis financiera global que se dio después de la de Asia Oriental provocó una serie de grandes ajustes en los tipos de cambio. El valor del dólar, al que estaba atado el peso argentino, se incrementó fuertemente. Entre tanto, el vecino de Argentina y socio comercial del Mercosur, Brasil, depreció su moneda; algunos dicen que fue significativamente subvaluada. Los salarios y los precios cayeron, pero no lo suficiente como para permitir que Argentina compitiera de manera efectiva, en especial porque muchos de los productos agrícolas -que constituyen la ventaja comparativa natural de ese país- se enfrentaron con altas barreras para entrar a los mercados de los países ricos.

Apenas se había recuperado el mundo de la crisis financiera de 1997-1998, se deslizó hacia la desaceleración global del 2000/2001 empeorando la situación de Argentina. Aquí fue donde el FMI cometió su error fatal; apoyó una política fiscal restrictiva, la misma equivocación que cometió en Asia Oriental, y con las mismas desastrosas consecuencias.

Se suponía que la austeridad fiscal iba a restaurar la confianzaPero las cifras del programa del FMI eran ficticias; cualquier economista podía haber predicho que las políticas de ajuste del gasto incitan a la recesión y que los objetivos presupuestarios no serían alcanzados. No hace falta decir que el programa del FMI no alcanzó sus metas. Rara vez se recupera la confianza cuando una economía cae en una profunda recesión y en un porcentaje de desempleo de dos dígitos.

Quizá un dictador militar, como Pinochet en Chile, podría suprimir los disturbios sociales y políticos que surgen en tales condiciones. Pero en la democracia argentina eso fue imposible. En varias visitas que realicé a Argentina, me sorprendí del largo tiempo que llevaban sufriendo sus habitantes; a mí no me resulta tan sorprendente que los alborotos callejeros hayan destituido al presidente de Argentina como que esos disturbios hayan tardado tanto tiempo en producirse.



Hay siete lecciones que deben extraerse ahora de este proceso:
1. En un mundo de tipos cambiarios volátiles, fijar una moneda a otra como el dólar es muy arriesgado. Hace años que se debía haber aconsejado a Argentina que abandonara ese sistema cambiario.
2. La globalización expone a un país a enormes sacudidas. Las naciones deben enfrentarse a esas sacudidas. Los ajustes de los tipos de cambio forman parte del mecanismo de globalización.
3. Ignorar los contextos social y político se vuelve un peligro en perjuicio propio. Cualquier gobierno que aplica políticas que dejan a grandes sectores de la población desempleados o subempleados no está cumpliendo su misión primaria.
4. Centrarse exclusivamente en la inflación -sin prestar atención al desempleo o al crecimiento- es arriesgado.
5. El crecimiento requiere de instituciones financieras que brinden créditos a las empresas nacionales. Vender los bancos a extranjeros, sin crear las salvaguardas apropiadas, puede impedir el crecimiento y la estabilidad.
6. Raramente se restablece la fortaleza -o la confianza- económica con políticas que conducen a la economía de un país a una profunda recesión. El Fondo Monetario Internacional es el gran culpable por haber insistido en políticas restrictivas.
7. Hacen falta mejores métodos para afrontar situaciones similares a la de Argentina. Ése fue mi argumento durante la crisis de Asia Oriental; el FMI afirmó lo contrario, optando por su estrategia de gran salvamento. Ahora el FMI reconoce tardíamente que debería explorar otras alternativas.


El FMI intentará por todos los medios desviar la culpa: habrá acusaciones de corrupción y se dirá que Argentina no adoptó las medidas necesarias. Por supuesto, el país necesitaba llevar a cabo otras reformas, pero seguir el consejo del FMI de aplicar políticas de ajuste del gasto sólo empeoró las cosas. La crisis de Argentina debería recordarnos la apremiante necesidad de reformar el sistema financiero global, y por donde debemos empezar es por una profunda reforma del FMI.

miércoles, 26 de enero de 2011

Reforma bancaria: ¿salvar a las cajas o regalárselas a los banqueros?

Juan Torres  López

Aunque es pronto para saber el verdadero alcance de las últimas medidas financieras del gobierno no quiero dejar de manifestar mi opinión y preocupaciones sobre lo que se sabe de ellas hasta el momento.
La ministra de Economía ha anunciado que aumenta la exigencia de capital a las entidades financieras.  Las cajas que no cumplan esas exigencias solo podrán hacerlo convirtiéndose en bancos. Si no lo logran, el gobierno advierte que las nacionalizará. Me surgen entonces varias preguntas y un temor:
- ¿Cómo es que se ha estado diciendo que el sistema financiero español era extraordinariamente solvente y ahora se sale con esto? Hay que exigir que se acabe ya con la ocultación y el disimulo contable y denunciar al Banco de España que no es capaz de garantizar que los españoles sepamos de verdad cuál es la situación real del sistema bancario y financiero.
- ¿Por qué obligar a que las cajas se conviertan en bancos renunciando así a su carácter de servicio público? Se puede conseguir mejor el objetivo de solvencia y adecuada financiación de la economía manteniendo su vinculación al servicio público. Lo que precisamente ha fallado de las cajas de ahorros es que en lugar de servir a los intereses públicos han actuado con la lógica de la banca privada y ahora se les quiere convertir en esto último. Justo lo contrario de lo que se debería hacer.
- ¿Por qué se insiste tanto en la mala gestión de las cajas cuando la inmensa mayoría de los directivos y banqueros que en los últimos años han sido condenados por estafas o engaños financieros, o que han sido salvados de ser juzgados solo gracias a su poder político, han sido precisamente los de la banca privada?
- ¿Por qué no se garantiza desde ya que las entidades que se nacionalizaran con dinero público no van a pasar luego a precio de saldo a la banca privada o a los fondos de inversión que son, ¡qué casualidad!, los que están impulsando y aplaudiendo esta medida?
- ¿Cómo es que el gobierno sigue dando vueltas, cediendo sin límite a los grupos financieros y no toma las riendas para garantizar de una vez que se resuelva el problema principal de nuestra economía en estos momentos que es la falta de financiación de las empresas y los consumidores?
- ¿Cómo se sigue consintiendo la usura de la banca que está prestando dinero incluso al 15% a los empresarios que quieren poner en marcha actividades económicas para crear riqueza y empleo? ¿Cómo se permite eso cuando los bancos están recibiendo dinero público incluso al 1%? ¿Por qué se permite que en lugar de financiar a la actividad productiva dediquen sus recursos a especular con la deuda de los gobiernos y a destruir sus economías? ¿Por qué no se actúa inmediatamente contra esos banqueros e inversores que están practicando auténtico "terrorismo financiero", tal y como denunció con razón el Presidente de la Junta de Andalucía?
No quiero hacer juicios de intenciones pero la medida que acaba de tomar el gobierno y la forma y el momento en que lo ha hecho me produce un enorme temor. Huele demasiado a una estrategia clara: dar más dinero a los bancos a cambio de nada, y sanear primero a las cajas para entregárselas después a los bancos privados para que estos tapen con su patrimonio, con su cuota de mercado y con el dinero de toda la ciudadanía el agujero que ha producido su irresponsable y delictiva gestión financiera durante estos últimos años.
Si esto ocurriera finalmente, como me temo que puede ocurrir, se tratará de un robo gigantesco a la sociedad y al que los ciudadanos y ciudadanas decentes tendríamos que oponernos por todos los medios pacíficos y democráticos que tengamos a nuestro alcance.

martes, 25 de enero de 2011

Las cajas de ahorro, el rescate reponsable

Antonio Miguel Carmona*
Las instituciones financieras, unos gigantes con pies de barro por culpa de la exposición al mercado inmobiliario.

El Gobierno de la Nación ha apostado por financiar a aquellas instituciones financieras españolas que tengan problemas de liquidez, pero, esta vez, garantizando el control a través de un proceso de nacionalización que posteriormente se convierte en una bancarización y privatización no exenta de riesgos.
Se presentan en las instituciones financieras españolas dos problemas cuyo cocktail sólo puede redundar en un efecto indeseado sobre todas ellas. Por un lado el bloqueo del mercado de capitales a nivel internacional y, más internamente, la enorme exposición a un mercado inmobiliario en el que los créditos al promotor se transforman en insolventes y cuyos precios a la baja no garantizan las hipotecas otorgadas con alegría.

Con el agua al cuello
De esta manera, para que todos nos entiendan, las instituciones financieras españolas le pidieron prestado a otros bancos (el mercado de capitales) y financiaron miles de pisos que en estos momentos no se venden. Llegan los vencimientos y han de devolver a los acreedores aquello que recibieron, pero, al no recibir a su vez la liquidez de las inmobiliarias a las que prestaron, podrían en el peor de los casos suspender el pago a los bancos internacionales. Por ejemplo, tienen que devolver 10 y sólo les entra 2. En condiciones normales los mercados de capitales refinanciarían, pero, ay, en estos momentos se encuentran cerrados.

Morosidad o daciones en pago
Los bancos y cajas españoles tienen una cobertura de riesgo elevada, lo cual es bueno, y una morosidad menor a la de muchos países, lo cual es falso. ¿Falso? Una mancha en el expediente, la sobreexposición al mercado inmobiliario. Mancha que no se refleja en los índices de morosidad, sino que reciben los pisos en daciones en pago transformándose los bancos y cajas españolas en auténticas agencias inmobiliarias. Es una forma de ocultar en el activo una morosidad encubierta.

¿De cuánto dinero estamos hablando?
Moody´s señaló que las instituciones financieras españolas necesitan entre 17.000 y 89.000 millones de euros (con un margen así es difícil equivocarse). El Gobierno de la Nación señala que estamos hablando de una cantidad que ronda los 20.000 millones de euros. Una cifra que se daría a través del Banco de España. El mecanismo del FROB desatascaría esta falta de liquidez. Hay que recordar que no se trata de dinero de presupuesto, no es dinero-gasto, sino dinero-financiación.

¿Cuál es la verdadera exposición al mercado inmobiliario?
La cartera crediticia total del sistema financiero español asciende a 1,8 billones de euros, de los cuales 154.000 millones de euros es Deuda Soberana española (aproximadamente), 86.000 Deuda portuguesa y 47.000 Deuda italiana. Pero, lo relevante es que la exposición al mercado inmobiliario de las instituciones financieras españolas, empero, hay que cifrarla en 445.000 millones de euros, una cantidad que convierte a las entidades teóricamente más solventes del mundo en gigantes con los pies de barro.

Cajas o bancos
Sería conveniente, por cierto, generar la menor presión posible a las cajas de ahorro. Me refiero que, todo hay que decirlo, las cajas y los bancos españoles poseen una Deuda Soberana del Estado que asciende a la cantidad reseñada.

El nivel de recursos propios de las cajas es mayor que el de los bancos. Entonces, ¿cuál es el problema? Que esta virtud es compensada por una mayor exposición de las cajas al mercado inmobiliario. A las cajas de ahorro, en mayor medida, se les ha ido la mano a este respecto.

¿Qué hacer?
La idea de todos los países del mundo, ante la crisis de demanda que provoca morosidad (o daciones en pago), y el cierre de la oferta crediticia, ambas funcionando como una soga al cuello de las instituciones financieras internacionales, ha sido la de impulsar la financiación de las entidades. De esta forma, ante la previsible en su día caída de Bank of America, el Gobierno de Estados Unidos se hizo con el banco, inyectando liquidez por importe de 138.000 millones de dólares. De la misma forma se operó con el CitiBank, o, en el Reino Unido con el Royal Bank of Scottland, entre otros muchos ejemplos.

Españoles al rescate
El Gobierno ha calculado en 20.000 millones de euros las necesidades de liquidez que irán a parar, especialmente, a aquellas cajas o bancos que menos recursos propios tengan. De esta manera se obligará a muchos a aumentar los recursos propios con el fin de intentar evitar entrar a financiar desde la Administración Pública.

Primer paso: core-capital
A las entidades con problemas se les exigirá aumentar su core-capital hasta el 8%. ¿Qué es el core-capital? Los recursos propios, es decir, el capital más las reservas. A partir de ahí se aprobaría una financiación por parte del FROB. Se trataría de dinero prestado, es decir, en condiciones de mercado, de tal manera que en modo alguno es dinero del contribuyente, para entendernos. Esta forma de actuar garantiza que no aumenta el déficit público y que el Banco de España se comporta como un banco capital para el resto de bancos.

Bancarización y nacionalización
Pero la financiación -especialmente a las cajas incapaces de alcanzar ese ratio de core-capital-, se haría obligándolas a emitir acciones, de tal manera que estarían convirtiéndose en bancos. Esas acciones estarían a disposición del sector público a cambio del capital necesario, por lo que estamos hablando en principio de una nacionalización. Una nacionalización temporal porque

Lo urgente
Lo urgente se habría logrado: inyectar liquidez con un mayor control público. De esta manera las entidades verían bajar el nivel del agua al cuello y alcanzarían a devolver, por ejemplo, los vencimientos. La solvencia en los mercados de capitales se recuperaría y el sistema, en principio, volvería a fluir.

Privatización definitiva
El 50% del sector público empresarial español es (era) público: las cajas de ahorro. Ahora, unas, las sanas, a través de las cuotas participativas ven entrar a los bancos y por lo tanto a su privatización por la recepción de capital con derechos políticos. Las insanas, por su lado, pasarán a formar parte del mercado: en un proceso de financiación, nacionalización, privatización, acabarán siendo privadas.

Sin sector público financiero
España, paulatinamente, se iría quedando sin sector público financiero. Las cajas dejarían de financiar (si es que últimamente lo hacían) aquellas partes del sistema financiero que por riesgo o tiempo no financiaba el sector privado. Los bancos te prestan un paraguas cuando hace sol y te lo quitan cuando llueve.

La necesidad de un sector público empresarial
Hay partes de la estructura económica que el sector privado financiero es incapaz de financiar. El nuevo emprendimiento, determinadas exportaciones, gran parte de la innovación tecnológica, determinados activos de algunas familias, los nuevos yacimientos de empleo, la economía verde, en gran medida el crecimiento a largo plazo. A pesar de que por urgencia la medida es importante, deberíamos cuidarnos de poder financiar a aquellas partes de la estructura a las que no llega la banca privada. Es ahí donde una prudente y solvente banca pública garantizaría en parte cubrir las necesidades e, incluso, optimizar el mercado.

*Antonio Miguel Carmona es profesor de Economía y secretario de Economía del PSM-PSOE
Publicado en El Plural 25-01-2011

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Qué conviene hacer para crear empleo?

Juan Torres Lopez


Los economistas neoliberales, las grandes patronales y los políticos que defienden sus postulados insisten continuamente en la idea de que para crear empleo hay que flexibilizar las relaciones laborales (debilitar la negociación colectiva, facilitar el despido y el uso cada vez más versátil de la mano de obra, etc.) y bajar los salarios (directos, indirectos y diferidos).

Eso es lo que se ha hecho prácticamente en todo el mundo en los últimos años y el resultado no se puede considerar positivo. Ha aumentado la tasa de desempleo y es una evidencia que las condiciones de trabajo y de salario de la inmensa mayoría de los trabajadores se ha deteriorado. Hoy día prácticamente el 60% de la población trabajadora mundial está empleada cobrando menos de dos dólares diarios y sin contrato ni protección social alguna. Según las tesis liberales, debería haber pleno empleo en el mundo porque no se concibe que pueda haber condiciones menos onerosas que las que hay para emplear a los trabajadores en la mayor parte de los países del mundo.
Incluso en nuestro país resulta difícil de aceptar esa tesis. Según la OCDE, el salario medio real de los españoles perdió el 4% de su poder adquisitivo entre 1995 y 2005 y, sin embargo, la calidad del empleo es tan baja y la fragilidad de las relaciones laborales tan alta que, en cuanto se ha producido un crisis como la que estamos viviendo, también se ha perdido más empleo que en cualquier otro país.
Frente a la continua insistencia con que se divulgan las tesis neoliberales, es preciso que la ciudadanía tenga claras algunas ideas esenciales sobre el mercado de trabajo y sobre las condiciones que verdaderamente influyen en la capacidad de las empresas para crear empleo.
La falacia liberal
Los neoliberales parten de un supuesto principal: la cantidad de empleo existente en una economía es el resultado de la interacción entre la oferta de trabajo que realizan los trabajadores y la demanda que llevan a acabo las empresas.
Como ocurriría en otros mercados, si el precio de la mercancía trabajo, el salario, es demasiado elevado será muy atractivo para los trabajadores pero poco para los empresarios, de modo que éstos no contratarán a todos los trabajadores que, a ese salario, desearían estar ocupados.
Por el contrario, si se fijara un salario demasiado bajo, los empresarios estarían dispuestos a demandar una gran cantidad de trabajo, pero muchos trabajadores no desearían trabajar por considerarlo demasiado bajo.
En el primer caso, cuando los salarios son demasiado altos, hay exceso de oferta de trabajo, es decir, desempleo, lo que posiblemente llevará a que muchos trabajadores acepten salarios más bajos para poder disponer de un empleo. En el contrario, hay un exceso de demanda que llevará seguramente a que muchos empresarios ofrezcan salarios más elevados. En suma, el propio mercado, si se le deja actuar libremente, dicen los liberales, proporcionará un nivel de salario adecuado y de pleno empleo.
Los liberales dicen que los trabajadores deben o pueden elegir entre el empleo y el ocio. Si el salario de mercado, como en el último caso, es demasiado bajo, dirán los liberales que no les compensa trabajar y que optarán por el ocio. Por eso afirman que el desempleo que hay en nuestras economía se produce porque el salario es demasiado alto y que, por tanto es “voluntario”, porque podría desaparecer fácilmente si los trabajadores aceptaran salarios más bajos.
Esta afirmación liberal es tan irrealista que lleva a decir al Premio Nobel de Economía, Robert Solow, que si fuera verdad, cuando hay altos niveles de paro los centros de vacaciones y los campos de golf deberían estar llenos de trabajadores sin empleo.
Esta idea aparentemente tan lógica (y otros supuestos que no puedo desarrollar aquí) es la que permite afirmar a los liberales que lo que habría que hacer para garantizar el pleno empleo sería simplemente evitar que nadie intervenga o que tenga poder para influir sobre el salario de equilibrio, dejar que el mercado fije el salario que iguala a la oferta y la demanda. Por eso reclaman siempre completa flexibilización, nada de salarios mínimos, despido libre, etc.
Su error principal es considerar que el empleo depende solo de lo que ocurra en el mercado de trabajo (además de otros más difíciles de explicar en un artículo de divulgación como este, como el hecho de que en realidad es imposible determinar “una” demanda de trabajo en el mercado, de modo que la tesis cae por su propio peso).
Lo que daña de verdad a las empresas
Por muy bajos que fuesen los salarios a los que se pudiera contratar, es evidente que las empresas tienen en cuenta, sobre todo, los beneficios que pueden obtener empleando a la mano de obra. Por eso, lo que resulta determinante del volumen de contratación no es lo que sucede en el mercado de trabajo a la hora de fijar el salario (y eso suponiendo que el salario se pueda fijar solamente en el mercado de trabajo, olvidando que es la única fuente de ingresos para la inmensa mayoría de la población y que por eso requiere un tratamiento institucional y político ajeno al propiamente de mercado), sino lo que ocurre en el mercado de bienes y servicios.
Si una empresa pudiera vender con facilidad y a buen precio su producción no tendría problemas a la hora de pagar los salarios. Y es fácil comprobar que lo que realmente destruye empleo y lo que permite crearlo no es que suban o bajen los salarios (salvo, lógicamente, en casos extremos y por tanto fuera de la consideración normal de los problemas) sino que haya o no demanda suficiente para la producción de las empresas.
Y lo que ocurre, por añadidura, es que los salarios son precisamente una de las variables determinantes del nivel de esa demanda: cuantos más bajos sean, cuanta menor sea la masa salarial, menor será la capacidad potencial que tengas las empresas para vender su producción.
Lo que descubrieron hace casi un siglo empresarios realistas como Ford, cuando decía que todos los capitalistas del mundo eran insuficientes para comprar lo que producían en sus fábricas y por eso aumentaba el salario de sus trabajadores para permitirles comprar los automóviles que producían, lo desconocen las patronales y los liberales de nuestro tiempo.
Por eso sus demandas son tan gravemente contraproducentes: cuantos más bajos sean los salarios más difícil será la creación de empleo suficiente porque la demanda global, la capacidad de crear actividad será más reducida y enntonces las empresas necesitarán menos trabajadores.
Lo que ha ocurrido en los últimos años ha sido precisamente eso. Se han aplicado políticas llamadas “deflacionistas” consistentes en restringir los salarios (directos, indirectos y diferidos) y eso ha limitado la capacidad potencial de crear actividad en el mundo. Las empresas con poder de mercado y que pueden operar en el mercado global pueden obtener mucho más beneficios utilizando mano de obra cada vez más barata, pero al actuar así (disminuyendo el tamaño de la tarta general) expulsan de los mercados a millones de otras empresas que no tienen ni su poder ni su facilidad para desplazarse, destruyendo así actividad y empleo.
Las políticas de las patronales y de los economistas liberales no solo son perjudiciales para los trabajadores sino para millones de pequeños y medianos empresarios (de los que en España depende casi el 90% del empleo total) porque les limita su capacidad de participar en el mercado.
Por eso es tan nefasto proponer ahora en plena crisis que vuelvan a bajar los salarios. ¿Alguien cree de verdad que en la actual coyuntura una empresa va a emplear a más trabajadores simplemente porque bajaran, digamos incluso en un diez por ciento, sus costes salariales si se mantiene la atonía del mercado, si los bancos siguen sin dar crédito, si los mercados están copados cada vez en mayor medida por las grandes empresas que, como operan en el mercado global no tiene problema si el de un país se reduce?
En cualquier caso, todo lo anterior no quiere decir que lo que ocurra en el mercado de trabajo sea indiferente a la hora de crear o destruir empleo. Por supuesto, hay que procurar siempre que haya facilidades para que los empresarios encuentren en las mejores condiciones posibles (localización, formación, versatilidad, etc.,) el empleo que necesitan pero sin que ello tenga necesariamente que derivar el abaratamiento perverso de la mano de obra y, por tanto, en la disminución de la capacidad potencial de crear actividad y empleo.
Lo necesario es combinar la política de demanda que garantice mercados suficientes y capacidad de compra y satisfacción social suficientes y la política de empleo que facilita la contratación sin aumentar el malestar social.
Las grandes patronales y los liberales renuncian a esta visión y se empecinan en el abaratamiento del trabajo por una sencilla razón: lo que buscan no es crear más o mejor empleo sino simplemente que la distribución de la renta les sea más favorable. Si lo dijeran claramente al menos habría que reconocer que sus demandas son legítimas pero cuando las revisten de ciencia económica hay que decir que están cometiendo lo que el gran economista John Kenneth Galbraith calificó como un verdadero “fraude” en su último libro

lunes, 17 de enero de 2011

¿Tiene salvación Europa ?

Su fracaso sería una tragedia para el mundo que toma como modelo de conducta al Viejo Continente


PAUL KRUGMAN 16/01/2011
Hay algo especialmente apropiado en el hecho de que la actual crisis europea empezase en Grecia. Porque los males de Europa tienen todo el aspecto de una tragedia griega clásica, en la que un hombre de carácter noble encuentra su perdición por el defecto fatal del orgullo desmedido.
Hace no mucho, los europeos podían, de manera bastante justificada, afirmar que la actual crisis económica estaba demostrando realmente las ventajas de su modelo económico y social. En gran parte de Europa, las normas que regían el despido de los trabajadores ayudaban a limitar la pérdida de empleos, mientras que los sólidos programas de bienestar social garantizaban que incluso los parados mantuviesen su asistencia sanitaria y recibiesen unos ingresos básicos. Puede que el producto interior bruto de Europa estuviera cayendo tanto como el de Estados Unidos, pero los europeos no estaban sufriendo ni de lejos el mismo grado de miseria. Y la verdad es que siguen sin sufrirlo.
Sin embargo, Europa padece una crisis profunda; porque el logro del que está más orgullosa, la moneda única adoptada por la mayoría de los países europeos, está ahora en peligro. Lo que es más, cada vez se parece más a una trampa. Irlanda, aclamado como el Tigre celta no hace mucho tiempo, ahora está luchando para evitar la quiebra. España, una economía en auge hasta hace pocos años, ahora  tiene un 20 de desempleo y se enfrenta a la perspectiva de años de deflación dolorosa y agotadora.
Se suponía que la creación del euro era el momento más sublime de una grandiosa y noble empresa: el esfuerzo realizado durante generaciones para traer la paz, la democracia y la prosperidad compartida a un continente antes y a menudo desgarrado por la guerra. Pero los arquitectos del euro, atrapados por la magnitud y el romanticismo de su proyecto, decidieron ignorar las dificultades mundanas con las que una moneda compartida previsiblemente se encontraría.
La consecuencia es una tragedia no solo para Europa sino también para el mundo, para el que Europa es un modelo de conducta crucial. ¿Cómo ha ocurrido esto?
El camino hacia el euro
Todo empezó con el carbón y el acero. El 9 de mayo de 1950 -una fecha cuyo aniversario se celebra ahora como el Día de Europa-, Robert Schuman, el ministro de Asuntos Exteriores francés, propuso que su país y Alemania Occidental aunaran sus producciones de carbón y acero. Fue el primer paso en el camino hacia una "federación de Europa" que, en última instancia, se convertiría en una unión aduanera dentro de la cual se comerciaba libremente con todos los bienes. Luego, a medida que la democracia se extendió por Europa, también lo hicieron las instituciones económicas unificadoras europeas.
En los años ochenta y noventa, Europa se puso manos a la obra para eliminar muchos de los obstáculos que aún impedían la plena integración económica. Las fronteras se abrieron; se garantizó la libre circulación de las personas; y las normas sobre los productos, la seguridad y los alimentos se armonizaron. Se proclamó que la creación del euro era el siguiente paso lógico de este proceso.
Las ventajas de una moneda única europea eran evidentes. No más necesidad de cambiar dinero al llegar a otro país; no más incertidumbre por parte de los importadores sobre lo que un contrato terminaría costando realmente, ni por parte de los exportadores sobre lo que realmente valdría el pago prometido. Mientras tanto, la moneda compartida reforzaría la sensación de unidad europea.
Por otro lado, formar una unión monetaria significa sacrificar la flexibilidad. ¿Hasta qué punto es grave es esta pérdida? Eso depende. Fijémonos en lo que, en principio, parece una comparación extraña entre dos economías pequeñas con problemas.
Dejando a un lado el clima, el paisaje y la historia, la República de Irlanda y el Estado de Nevada tienen mucho en común. Ambas son economías pequeñas de unos pocos millones de personas enormemente dependientes de la venta de productos y servicios a sus vecinos. Ambas fueron economías en expansión durante la mayor parte de la década pasada. Ambas padecieron enormes burbujas inmobiliarias, que estallaron y causaron mucho dolor. Ambas padecen ahora un paro de alrededor del 14%. Y ambas son miembros de uniones monetarias más grandes: Irlanda forma parte de la zona euro y Nevada, de la zona dólar. Pero la situación de Nevada es mucho menos desesperada que la de Irlanda.
Es cierto que los presupuestos tanto de Irlanda como de Nevada han sufrido un duro golpe por culpa de la crisis. Pero gran parte del dinero que se gasta en los habitantes de Nevada proviene de programas federales, no estatales. En concreto, los jubilados no tienen que preocuparse porque la reducción de la recaudación de impuestos del Estado vaya a poner en peligro sus cheques de la Seguridad Social o su cobertura de Medicare. En Irlanda, por el contrario, tanto las pensiones como el gasto en sanidad están a punto de sufrir recortes.
Además, Nevada, a diferencia de Irlanda, no tiene que preocuparse por el coste de los rescates bancarios, no porque el Estado haya escapado a las grandes pérdidas de préstamos, sino porque esas pérdidas, en su mayoría, estarán cubiertas por Washington.
Y es probable que el problema del paro de Nevada se vea aliviado en gran medida durante los próximos años gracias a la emigración; de manera que, incluso si los puestos de trabajo no vuelven, habrá menos trabajadores en busca de los empleos que queden.
Europa, por otro lado, no está integrada fiscalmente: los contribuyentes alemanes no corren automáticamente con parte de los gastos de las pensiones griegas o los rescates bancarios irlandeses. Y aunque los europeos tienen el derecho legal de moverse libremente para buscar trabajo, en la práctica, una integración cultural imperfecta -sobre todo la falta de un idioma común- hace que los trabajadores tengan menos movilidad geográfica que sus homólogos estadounidenses.
Estados Unidos, como sabemos, tiene una unión monetaria que funciona, y sabemos por qué funciona: porque coincide con un país: un país con un Gobierno central grande, un idioma común y una cultura compartida. Europa no tiene ninguna de estas cosas, lo cual ha hecho que las perspectivas de una moneda única fueran inciertas desde el principio.
Euroforia, eurocrisis
El euro nació oficialmente el 1 de enero de 1999. Al principio, era una moneda virtual: las cuentas bancarias y las transferencias electrónicas se expresaban en euros, pero la gente seguía teniendo francos, marcos y liras en sus carteras. Tres años después, se llevó a cabo la transición final y el euro se convirtió en el dinero de Europa.
El mercado de eurobonos empezó a rivalizar pronto con el mercado de bonos en dólares; los pagarés en euros empezaron a circular por todo el mundo. Y la creación del euro infundió una nueva sensación de confianza, especialmente a aquellos países europeos que históricamente habían sido considerados riesgos de inversión. Hasta más tarde que resultó evidente que este aumento de la confianza era el cebo de una trampa peligrosa.
Grecia, con su larga historia de impagos de deudas y rachas de inflación elevada, era el ejemplo más llamativo. Hasta finales de los años noventa, la historia fiscal de Grecia quedaba reflejada en el rendimiento de sus bonos: los inversores solo compraban bonos emitidos por el Gobierno griego si estos ofrecían unos intereses mucho más altos que los bonos emitidos por gobiernos considerados apuestas seguras, como Alemania. Sin embargo, a medida que el estreno del euro se acercaba, la prima de riesgo de los bonos griegos se desvanecía. Después de todo, se razonaba, la deuda griega pronto sería inmune a los peligros de la inflación: el Banco Central Europeo procuraría que así fuese.
De hecho, a mediados de la década de 2000, casi todo el miedo a los males fiscales específicos de un país había desaparecido de la escena europea. A medida que los tipos de interés convergían en toda Europa, los que antes eran países con tipos de interés elevados se dejaron llevar, como era de prever, por el frenesí del préstamo. (Merece la pena señalar que este frenesí del préstamo estaba financiado por bancos de Alemania y de otros países con tipos de interés tradicionalmente bajos; esa es la razón por la que los actuales problemas de deuda de la periferia europea son también un gran problema para el sistema bancario europeo en su conjunto).
Y entonces, estalló la burbuja
Todavía se oye a la gente hablar de la crisis económica mundial de 2008 como si fuese algo fabricado en Estados Unidos. Pero Europa merece cargar con la misma responsabilidad. Nosotros teníamos nuestros prestatarios de alto riesgo, que decidieron firmar hipotecas demasiado elevadas para sus ingresos o fueron engañados para que lo hicieran; los europeos tenían sus economías periféricas que, de forma similar, tomaron prestado mucho más dinero del que realmente podían permitirse devolver.
En Grecia, la historia es sencilla: durante los años de los préstamos fáciles, el Gobierno conservador de Grecia asumió una gran deuda (más de la que reconocía). Cuando el Gobierno cambió de manos en 2009, las ficciones contables salieron a la luz; de repente, se descubrió que Grecia tenía un déficit mucho mayor y una deuda considerablemente superior de lo que todo el mundo pensaba. Los inversores, comprensiblemente, emprendieron la huida.
Pero Grecia es en realidad un caso poco representativo. Hace solo unos años, España, con diferencia la mayor de las economías en crisis, era un ciudadano europeo modélico, con un presupuesto equilibrado y una deuda pública aproximadamente la mitad de grande, expresada como porcentaje del PIB, que la de Alemania. Lo mismo se podía decir de Irlanda. ¿Qué fue lo que salió mal?
En primer lugar, se produjo un grave revés fiscal a causa de la crisis. Los ingresos se hundieron en España e Irlanda y, a medida que subió el paro, también lo hizo el coste de las prestaciones por desempleo. Como consecuencia, tanto España como Irlanda pasaron de superávits presupuestarios justo antes de la crisis a enormes déficits presupuestarios en 2009.
Luego estaban los costes de la limpieza financiera. Estos han sido especialmente agobiantes en Irlanda, donde los bancos se descontrolaron durante los años del boom.Cuando la burbuja estalló, se sospechó inmediatamente de la solvencia de los bancos irlandeses. En un intento por impedir un ataque masivo contra el sistema financiero, el Gobierno de Irlanda garantizó todas las deudas bancarias (lo que cargó al Gobierno con esas deudas e hizo que se cuestionase su solvencia). En comparación, los grandes bancos españoles estaban bien regulados, pero había y hay una gran inquietud respecto al estado de las cajas de ahorro más pequeñas, y preocupación sobre cuánto tendrá que gastar el Gobierno español para evitar que quiebren.
En el transcurso del último año más o menos, primero Grecia y luego Irlanda se vieron atrapadas en un círculo vicioso financiero: a medida que los posibles prestamistas perdían la confianza, los tipos de interés que tenían que pagar por la deuda aumentaban, lo que socavaba sus perspectivas futuras, lo cual conducía a una pérdida mayor de confianza y a tipos de interés aún más altos. Los países europeos más fuertes solo consiguieron evitar una implosión inmediata proporcionando a Grecia e Irlanda líneas de crédito de emergencia, lo que les permitió esquivar temporalmente los mercados privados. ¿Pero cómo se va a resolver todo esto?
Cuatro líneas argumentales europeas
Algunos economistas, entre ellos yo mismo, observamos los males de Europa y tenemos la sensación de que hemos visto esta película antes, hace una década en otro continente: concretamente en Argentina.
A diferencia de España o Grecia, Argentina nunca renunció a su moneda, pero en 1991 hizo la siguiente mejor cosa posible: vinculó rígidamente su moneda al dólar estadounidense, y creó una "caja de conversión" según la cual cada peso en circulación estaba respaldado por un dólar de las reservas. Durante gran parte de los años noventa, Argentina se vio recompensada con unos tipos de interés mucho más bajos y grandes entradas de capital extranjero.
Sin embargo, Argentina acabó cayendo en una persistente recesión y perdió la confianza de los inversores. Hacia principios de 2002, después de airadas manifestaciones y una retirada masiva de los bancos, todo se había ido al garete. El vínculo entre el peso y el dólar se rompió, mientras el valor del peso caía en picado; entretanto, Argentina dejó de pagar sus deudas y terminó pagando solo unos 35 céntimos por cada dólar.
Es difícil evitar la sospecha de que el futuro podría deparar algo similar a una o más de las economías problemáticas de Europa.
Tal como yo lo veo, hay cuatro modos en que la crisis europea podría remitir (y podría remitir de manera diferente en los distintos países):
- Resistir: cabe la posibilidad de que las economías europeas puedan tranquilizar a los acreedores mostrando la voluntad suficiente para soportar el dolor y evitar así el impago y la devaluación. Los modelos de conducta en este caso son los países bálticos, Estonia, Lituania y Letonia, que han estado dispuestos a soportar una austeridad fiscal muy dura mientras los salarios se reducen poco a poco con la esperanza de restaurar la competitividad (un proceso conocido como "devaluación interna").
Hasta cierto punto, los países bálticos han conseguido tranquilizar a los mercados, que ahora los consideran menos arriesgados que Irlanda, y no digamos que Grecia. Pero todos los indicios apuntan a que pasarán muchos años antes de que recuperen el terreno perdido.
- Reestructuración de la deuda: los inversores no esperan que Grecia e Irlanda paguen sus deudas por completo. Esperan alguna clase de reestructuración de la deuda, aunque ello no pondría fin de ningún modo al sufrimiento de las economías en dificultades. Fijémonos en Grecia: aun cuando el Gobierno se negase a reconocer toda su deuda, todavía tendría que recortar drásticamente el gasto y subir los impuestos para equilibrar su presupuesto, y todavía tendría que padecer el dolor de la deflación. Pero una reestructuración de la deuda podría terminar con el círculo vicioso de la caída de la confianza y la subida de los costes del interés, lo que convertiría la devaluación interna en una estrategia viable aunque atroz.
- La estrategia argentina completa: Argentina no solamente dejó de pagar su deuda externa; también abandonó su vínculo con el dólar, lo que permitió que el valor del peso cayese más de dos tercios. Y esta devaluación funcionó: a partir de 2003, Argentina experimentó una rápida recuperación económica impulsada por la exportación.
¿Seguirán el mismo camino uno o más de los países europeos con problemas? Para ello, tendrían que superar un gran obstáculo: el hecho de que ya no tienen sus propias monedas. Como señalaba Barry Eichengreen, de Berkeley, en un influyente análisis de 2007, cualquier país de la eurozona que insinuase siquiera que iba a abandonar la moneda, desencadenaría una devastadora retirada masiva de sus bancos, al apresurarse los depositantes a trasladar sus fondos a lugares más seguros. Y Eichengreen concluía diciendo que este obstáculo "procedimental" que impide la salida hacía que el euro fuera irreversible.
Pero también se suponía que la vinculación con el dólar de Argentina iba a ser irreversible, y lo que al final hizo posible la devaluación fue el hecho de que hubo una retirada masiva de los bancos a pesar de la insistencia del Gobierno en que un peso siempre valdría un dólar. Esta retirada obligó al Gobierno argentino a limitar el dinero que se podía sacar y, una vez que estos límites entraron en vigor, fue posible cambiar el valor del peso sin desencadenar una segunda retirada masiva. En Europa no ha pasado nada parecido (todavía). Pero sin duda es algo que está dentro de lo posible, especialmente a medida que el sufrimiento causado por la austeridad y la devaluación interna se prolongue.
- Europeísmo reavivado: a principios de diciembre, Jean-Claude Juncker, el primer ministro de Luxemburgo, y Giulio Tremonti, el ministro de Economía de Italia, desataron una tormenta con su propuesta de crear "eurobonos" que serían emitidos por un organismo de deuda europeo a instancias de los países europeos individuales. Como estos bonos estarían garantizados por la Unión Europea en conjunto, brindarían a las economías con problemas un modo de evitar los círculos viciosos del declive de la confianza y el aumento del coste de los préstamos. Por otra parte, esos bonos podrían exponer a unos Gobiernos a las deudas de otros (un inconveniente que los furiosos funcionarios alemanes se apresuraron a señalar). Los alemanes defienden con firmeza que Europa no debe convertirse en una "unión de transferencias" en la que los Gobiernos y los países más fuertes proporcionen ayuda sistemáticamente a los más débiles. Pero como demuestra la comparación entre Irlanda y Nevada, Estados Unidos funciona como una unión monetaria en gran parte precisamente porque también es una unión de transferencias, en la cual los Estados que no han quebrado ayudan a los que sí. Y resulta difícil vislumbrar un modo de que el euro funcione a menos que Europa encuentre la manera de lograr algo similar. Un fracaso del euro representaría un golpe posiblemente irreversible para las esperanzas de una verdadera federación europea. ¿Permitirán los países fuertes de Europa que eso suceda? ¿O asumirán la responsabilidad, y posiblemente el coste, de ser los guardianes de sus vecinos? El mundo entero espera la respuesta.

Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. Su último libro es El retorno de la economía de la depresión y la crisis de 2008. © The New York Times Magazine 2011. Distributed by The New York Times Syndicate. Traducción de News Clips.

sábado, 15 de enero de 2011

El Gobierno de la Comunidad de Madrid no cambia de modelo productivo


Julio Rodriguez López

   La ley de medidas fiscales, administrativas y de racionalización del sector público  del gobierno de la Comunidad de Madrid incluye unos cuantos  apartados  trascendentes  en materia de política de suelo.  Un artículo de dicha ley establece que en suelo urbanizable “el ayuntamiento podrá autorizar la simultaneidad de la edificación de terrenos que todavía no tengan la condición de solar”.  Otro artículo va más lejos y determina que “los planes de ordenación podrán modificarse en cualquier momento. Las modificaciones puntuales podrán variar tanto la clase como la categoría del suelo”.
 Lo anterior  confirma el intento del actual gobierno de la Comunidad de Madrid de impulsar a toda costa la promoción inmobiliaria en esta autonomía. No se trata solo de convertir suelo rustico en urbanizable residencial, sino también de pasar desde  suelo industrial a suelo destinado a la construcción residencial. Parece ignorarse que  en Madrid se han perdido más de 200.000 empleos desde el inicio de la crisis, de los que 73.400 lo han sido en la industria, según la EPA del INE.
  Destaca asimismo la ausencia de garantías y de controles en la recalificación del suelo. El medio ambiente parece  no importar a dicho gobierno, que pretende sin disimulo colmatar la provincia de Madrid.   La densidad de población de la provincia madrileña en 2009 fue de 796 habitantes por kilómetro cuadrado, casi nueve veces más que la media de España (92,4). La nueva normativa madrileña prescinde de cualquier tipo de valoración económica previa  en  las actuaciones urbanísticas citadas. Dicho texto legal puede  entrar en contradicción con la vigente ley del suelo estatal, la 8/2007 (RD legislativo 2/2008).  
 El gobierno de Esperanza Aguirre actúa como si no hubiese pasado nada en los últimos años. El factor desencadenante de la crisis  fueron los excesos del mercado de vivienda  norteamericano. La incidencia de dicha crisis ha sido aun mayor en España, donde la construcción residencial duplicó  la participación en el PIB de la Unión Europea en 2006-2007. Los excesos se estan pagando  con dureza en términos de  aumento brutal del desempleo, de descensos del PIB en 2009-2010  y   de un crecimiento brutal de las ejecuciones hipotecarias. En 2010 dichas ejecuciones  pueden llegar a las 25.000 en la Comunidad de Madrid.
En materia de vivienda, en  el tramo del Impuesto sobre la Renta de Personas Físicas  transferido a Madrid, Aguirre mantendrá la desgravación por compra de vivienda habitual.  Los ingresos fiscales perdidos deberían reforzar las ayudas directas al alquiler a los hogares que no pueden acceder a una vivienda en propiedad en esta autonomía.
 Los cambios en la normativa urbanística de Esperanza Aguirre para la Comunidad de Madrid revelan el modelo productivo  de los neoliberales,  entre los que gusta de incluirse la actual presidenta de la Comunidad de Madrid. Dicho modelo es el de la nueva resurrección del ladrillo.  Más viviendas,  menos industria, menos empresas en general, menos empleos estables y peor calidad de vida para los madrileños serán  las consecuencias de dicha política.