martes, 23 de marzo de 2010

Los argumentos de la patronal sobre los salarios y la crisis

Juan Torres López - Catedrático de Economía Aplicada 

Ya he escrito aquí varias veces en los últimos meses sobre lo contraproducente que sería reducir los salarios como vía para salir de la crisis. Y mucho más, cuando se trata de una crisis como la que estamos viviendo, que no ha estado provocada precisamente por incrementos desorbitados de los costes salariales sino por una perturbación en el sistema financiero que ha dejado sin financiación a la actividad real, lo que a su vez ha provocado su disminución y la subsiguiente pérdida de empleo.
Incluso en España, en donde ha habido otros factores coadyuvantes (la hipertrofia del sector inmobiliario, la baja productividad o la escasa competitividad exterior, entre otros: ver mi artículo “La encrucijada de la economía española” en el nº 173 de Le Monde Diplomatique), nadie puede decir con fundamento, que la crisis -o cualquiera de éstos tres últimos factores- hayan sido originados por la existencia de salarios más elevados que en otros países de nuestro entorno.
Y si hay algo que es evidente es que para salir de una crisis lo que principalmente habría que hacer sería resolver los problemas que la han causado y no otros. Pero como la patronal y sus economistas en nómina siguen tratando de convencer a la sociedad española de que lo único que hay que hacer, llueva, nieve, truene o haga sol, es bajar los salarios, conviene volver de nuevo sobre el asunto.
Me referiré ahora a los argumentos que da el presidente de la Comisión Económica de la CEOE, José Luis Feito, en un artículo reciente publicado en la revista de la Cámara de Comercio de Madrid). En él afirma que “cuanto más caigan los salarios por persona ocupada y hora trabajada, mayores serán las posibilidades de aumentar el empleo e impulsar la actividad productiva”. La primera conclusión, que así aumenta el empleo, es simplemente el resultado de asumir una hipótesis totalmente discutible: que el nivel de empleo se establece exclusivamente en el mercado de trabajo y en función del nivel de salario. De ello se deduciría, según la patronal española que sigue la ideología liberal cuando le conviene, que si todos los parados españoles aceptaran trabajar, pongamos que por dos euros a la hora, serían inmediatamente contratados por las empresas españolas, con independencia de que estas dispongan de liquidez suficiente o de compradores o clientes para sus productos. ¿Alguien puede creerse semejante simplificación?
La segunda conclusión es exactamente igual de débil que la primera: ni siquiera a salario cero en el mercado de trabajo se garantiza (más bien lo contrario) que haya demanda de bienes suficiente para que las empresas tengan actividad productiva. Por el contrario, lo que sabemos es que su impulso no podría darse sin un nivel adecuado de demanda y que ésta solo es en una gran medida posible si hay capacidad de gasto suficiente que, a su vez, depende muy directamente de la masa salarial porque sabemos que la renta salarial no se destina en su mayor parte al consumo de bienes y servicios.
Otra tesis que defiende Feito y la patronal es que es necesaria la “contracción salarial en España para fomentar la competitividad”.
No niego que con salarios más bajos las empresas españolas podrían ser más competitivas pero ¿compitiendo con quién y con qué? Obviamente, con países más pobres que nosotros y empobreciéndonos nosotros mismos porque es también una evidencia clamorosa que los países más avanzados y los que usan la competitividad como una palanca de progreso y no solo como fuente de buenas ganancias para unos pocos no la basan en la disminución de los salarios sino en mayor calidad, mejor tecnología, innovación, etc.
La realidad es la contraria de la que dice Feito y la patronal: la tradicional existencia de salarios bajos en España (como ellos proponen que siga ocurriendo) es lo que ha desincentivado la innovación y lo que ha hecho relativamente más costoso para las empresas mejorar su competitividad por otras vías. Con sus propuestas lo que hace la patronal es mantener el estatus quo productivo que, aunque a las empresas con poder de mercado proporciona buenas rentas, es precisamente el que no hace a todos (incluidas por supuesto las empresas que de verdad crean empleo y riqueza) más frágiles en las crisis. No al contrario.
Otro error de la patronal consiste en defender al mismo tiempo dos medidas prácticamente incompatibles: reclamar salarios más bajos y mayor productividad. No solo es erróneo (porque, como sabemos bien desde los tiempos de Adam Smith, los salarios suficientes y las buenas condiciones de trabajo, así como el capital social suficiente, son la mejor garantía de que aumente la productividad) sino que además es bastante cínico. Basta comprobar los recursos que destinan las empresas españolas a innovación o qué propone la patronal en materia de inmigración para comprobar que la práctica dominante es optar por la mano de obra menos productiva, pero más barata. También interpreta Feito que ha sido la subida de los costes salariales en 2008 y 2009 lo que explica que en España se haya perdido más empleo que en otros países, y vuelve a obviar cualquier otra circunstancia determinante que no sea el precio en el mercado de trabajo: nada tiene que ver con ellos ni la especialización productiva de nuestra economía, ni nuestro modelo de crecimiento desequilibrado, despilfarrador, dependiente y desvertebrado, ni nuestra carencia de gasto y capital social… es decir, los rasgos que precisamente la patronal, la banca y sus ideólogos han impuesto en los últimos años y que son los que crean condiciones estructurales en las que es imposible que se cultive empleo productivo y estable.
Finalmente, José Luis Feito proporciona una explicación típica del liberalismo más irrealista para explicar el hecho evidente de que “un volumen muy elevado de paro antes o después ejerce una poderosa presión a la baja sobre los salarios reales”. En su opinión, eso se produce porque “los trabajadores en el paro pierden productividad en proporción a la duración del desempleo” (una expresión errónea porque un parado no tiene productividad alguna por definición. Otra cosa es que en el paro pierdan formación, destrezas, etc., que hagan que a su vuelta al trabajo pudiera tener menos productividad pero eso es algo que es más probable que ocurra cuanto más se tienda al modelo de salarios bajos y baja productividad) y, por tanto, sigue diciendo,“sólo se podrán recolocar percibiendo salarios que reflejen esta menor productividad”. Una pura tautología que se basa en entender que la mayor o menor productividad del trabajador depende de su circunstancia personal y a la que necesariamente hay que recurrir cuando no se toman en cuenta otras variables ni circunstancias que no sean la del propio mercado de trabajo.
Como demostró hace ya mucho tiempo Kalecki lo cierto es que el paro hace bajar los salarios reales porque debilita a los trabajadores y disminuye su poder de negociación. Porque, de ese poder es de lo que de verdad depende el nivel salarial, y por eso, detrás de todas las propuestas liberales lo que hay es un intento de debilitar el de los trabajadores.
Nos iría a todos mejor si nos dejásemos de zarandajas pretendidamente asépticas y teóricas y hablásemos claro: lo único que ciertamente sabemos que ocurriría si subieran los salarios, es que bajaría el nivel de beneficios de las empresas, es decir, que se alteraría el patrón de distribución de la renta y la riqueza. Y lo que está por demostrar, es que para que la economía funcione debe seguir dándose un reparto tan desigual como el actual. Sobre todo, cuando acabamos de comprobar a dónde nos lleva una distribución de la renta tan desigual, que la acumulación de beneficios extraordinarios en las grandes empresas sólo alimenta la especulación y las actividades improductivas y que lo que de verdad paraliza a los empresarios que de verdad sacan día a día adelante el empleo y la actividad económica en España no son los costes salariales sino la falta de mercado, de financiación adecuada y de entorno que las proteja e impulse.
Artículo publicado en Sistema Digital

jueves, 18 de marzo de 2010

Los peligros de la reducción del déficit

Joseph E. Stiglitz Premio Nobel de Economía

Una ola de austeridad fiscal se precipita sobre Europa y los Estados Unidos. La magnitud del déficit presupuestario, como la de la recesión, ha tomado a todos por sorpresa. Pero, pese a las protestas de los antiguos defensores de la desregulación, que quisieran que el gobierno siguiera siendo pasivo, la mayoría de los economistas creen que el gasto público ha tenido un impacto positivo que ha ayudado a evitar otra Gran Depresión.
La mayoría de los economistas, también coinciden en que es un error mirar solamente un lado de la hoja de balance (ya sea en el sector público o privado). Uno debe evitar fijarse solamente en las deudas de una empresa, también hay que ver sus activos. Esto debería servir para responder a los halcones del sector financiero quienes están dando la alarma sobre el gasto público. Después de todo, incluso los halcones del déficit reconocen que deberíamos concentrarnos en la deuda nacional de largo plazo y no en el déficit actual. El gasto, especialmente en inversión educativa, tecnológica y en infraestructuras, puede realmente conducir a la disminución del déficit de largo plazo. La visión miope de los bancos contribuyó a crear la crisis; no podemos dejar que la visión miope del gobierno, empujado por el sector financiero, la prolongue.
Un crecimiento más acelerado y los rendimientos de la inversión pública producen mayores ingresos fiscales, y un rendimiento entre el 5% y 6% es más que suficiente para compensar los incrementos temporales de la deuda nacional. Un análisis de costo-beneficio (que tome en consideración otros impactos además de los del presupuesto) hace que esos gastos, incluso financiados con deuda, sean todavía más atractivos.
Finalmente, la mayoría de los economistas están de acuerdo en que, aparte de estas consideraciones, el tamaño adecuado del déficit depende en parte del estado de la economía. Una economía con poco dinamismo requiere de un déficit mayor, y el tamaño apropiado del déficit frente a la recesión depende de circunstancias precisas.
Es aquí donde difieren los economistas. Las previsiones son siempre difíciles, pero en especial en tiempos tan complicados. Lo que ha sucedido no es (por suerte) algo que ocurra todos los días; sería una tontería mirar las pesadas recuperaciones para predecir la actual.
En los Estados Unidos, por ejemplo, la morosidad y las ejecuciones hipotecarias están en niveles no vistos en tres cuartos de siglo; la disminución de crédito en 2009 fue la mayor desde 1942. Las comparaciones con la Gran Depresión también son engañosas porque hoy la economía es muy diferente en muchos sentidos. Y casi todos los llamados expertos han probado ser altamente falibles, muestra de ello son las sombrías previsiones de la Reserva Federal de los Estados Unidos previas a la crisis.
No obstante, incluso con déficit importantes, el crecimiento económico en los Estados Unidos y Europa es anémico, y las previsiones de crecimiento del sector privado indican que, en ausencia de un apoyo continuo del gobierno, existe el riesgo de un estancamiento sostenido y  que el crecimiento sea demasiado débil para que el empleo vuelva a sus niveles normales pronto.
Los riesgos son asimétricos: si estas previsiones son equivocadas y se da una recuperación más sólida, entonces por supuesto se pueden reducir los gastos y/o aumentar los impuestos. Pero si son correctas, entonces una “salida” prematura del gasto deficitario podría conducir nuevamente a la economía a la recesión. Esta es una de las lecciones que aprendimos de la experiencia de los Estados Unidos durante la Gran Depresión. También es una de las lecciones de la experiencia de Japón a finales de los noventa.
Estos puntos, son particularmente pertinentes para las economías más afectadas. Por ejemplo, el Reino Unido ha tenido más problemas que otros países por una razón obvia: tuvo una burbuja inmobiliaria (aunque menos grave que la de España) y las finanzas, que estuvieron en el epicentro de la crisis, desempeñaron un papel más importante en su economía que en la de otros países.
El hecho de que el Reino Unido haya tenido resultados más débiles no es resultado de políticas peores; en efecto, en comparación con los Estados Unidos, sus rescates bancarios y políticas para el mercado laboral fueron mucho mejores en varios sentidos. Evitó el enorme desperdicio de recursos humanos que acompaña al alto índice de desempleo en los Estados Unidos donde casi una de cada cinco personas que buscan un empleo de tiempo completo no lo encuentran.
A medida que la economía global vuelva a crecer, los gobiernos deberán preparar, evidentemente, planes para elevar los impuestos y recortar el gasto. Inevitablemente, el equilibrio adecuado será tema de controversia. Principios como el de que “es mejor gravar cosas malas que buenas” podrían sugerir el establecimiento de impuestos ambientales.
El sector financiero ha impuesto enormes externalidades sobre el resto de la sociedad. La industria financiera estadounidense contaminó al mundo con hipotecas tóxicas, y en consonancia con el principio del “que contamina paga”, se les deberían cobrar los impuestos. Además, los impuestos bien diseñados sobre el sector financiero podrían ayudar a aliviar los problemas causados por un excesivo apalancamiento y los bancos que son muy grandes como para fracasar. Los impuestos sobre las actividades especulativas podrían alentar a los bancos a poner más atención en su desempeño social primordial como institución de crédito.
En el largo plazo, la mayoría de los economistas coinciden en que los gobiernos, especialmente los de los países industrializados avanzados con poblaciones que envejecen, deberían estar preocupados por la creación de políticas sostenibles. Sin embargo, debemos estar atentos al fetichismo del déficit. El déficit para financiar la guerra o para ayudarr gratuitamente al sector financiero (como ocurrió en una escala masiva en los Estados Unidos) generó pasivos sin contar con los activos que los respaldaran, imponiendo una carga para las generaciones futuras. No obstante, las inversiones públicas de altos rendimientos se pagan por sí solas mejorando en gran medida el bienestar de dichas generaciones, y sería una tontería doble dejar la carga de deudas correspondientes a gastos improductivos y después recortar las inversiones productivas.
Estas son las preguntas para más adelante, al menos en muchos países las perspectivas de una recuperación sólida son, en el mejor de los casos, para uno o dos años. Por el momento, la economía es clara: reducir el gasto público no es un riesgo que valga la pena tomar.
Artículo publicado en Project Syndicate.

martes, 16 de marzo de 2010

Engaños y paradojas de la crisis

José Manuel Naredo – Consejo Científico de ATTAC España

Tras dos años largos de crisis, el mero hecho de refrescar nuestra frágil memoria sobre cómo han ido evolucionando las percepciones de los problemas resulta bastante clarificador.
Recordemos que cuando los gobiernos de los países de nuestro entorno acabaron asumiendo la crisis, acordaron como un solo hombre que no había que dejar la recuperación al libre albedrío de los mercados, sino que los estados debían aportar cuantiosos paquetes de ayudas para combatirla. Los economistas críticos se congratularon de este inesperado triunfo del keynesianismo frente al maligno neoliberalismo, interpretándolo como una victoria de la izquierda frente a la derecha. El escaso tiempo transcurrido evidencia lo errado de este diagnóstico y sus nefastos resultados.
Hay que empezar recordando que el capitalismo no es la encarnación de la utopía liberal, sino un sistema social fruto del devenir histórico, que lo mismo adopta posiciones liberales que intervencionistas en función de sus intereses. El hecho de que el Gobierno estadounidense de Bush adelantara el “plan Paulson” para salvar entidades financieras, reforzado después con el más abultado paquete de Obama, denotó que el supuesto conflicto entre liberalismo e intervencionismo brillaba en este caso por su ausencia, dejando claro que el mismo capitalismo que había provocado la crisis era el primer interesado en beneficiarse de esos planes de salvamento, sobre todo si no entrañaban contrapartidas que condicionaran su propiedad o su gestión.
Lamentablemente, la aquiescencia de los críticos a las cuantiosas inyecciones de liquidez y gasto público dio alas a los gobiernos para orientarlas impunemente a favor de los intereses más inmediatos del capitalismo sin apenas exigencias que condicionaran su gestión, lo cual tuvo efectos perversos en un doble sentido.
Por una parte, estas inyecciones contribuyeron a salvar bancos y a paliar la caída en la actividad de las empresas, pero también, y sobre todo, a reanimar la inversión especulativa, al no haberse cambiado las reglas del juego que la incentivaban. Repuntaron así las cotizaciones bursátiles, el oro y las materias primas, pero no el crédito, la inversión productiva, ni el empleo.
Por otra, la prodigalidad inicial del gasto y de la financiación pública consiguió paliar la bancarrota privada a base de inflar el déficit y la deuda que los Estados tienen que atender ahora, cambiando el rol de los personajes: hoy es la banca la que financia interesadamente a los Estados exigiéndoles solvencia y equilibrio presupuestario. Y con esta nueva exigencia se invierte el discurso originario que achacaba la crisis a “la codicia” de los especuladores y a la desregulación del sistema monetario internacional, para acabar hablando sólo de la necesidad de reformar el mercado laboral o las pensiones, de recortar sueldos y derechos de los trabajadores y de apretar las clavijas al grueso de los contribuyentes.
Asistimos así a un discurso económico servil que, tras cegar otras posibles salidas, acaba proponiendo como la única viable la conocida ley del embudo, consistente en socializar pérdidas y privatizar beneficios.
Artículo publicado en Público.

lunes, 15 de marzo de 2010

Entrevista a Juan Torres: se nos dice que hay que innovar pero no disentir, eso es una pura contradicción

Entrevista a Juan Torres. El autor de un revelador opúsculo sobre la crisis económica y miembro del colectivo ATTAC, reflexiona sobre las causas por las que Sevilla y Andalucía no son sociedades abiertas. Una casa llena de libros, amplia, apacible, en la estrechez de la calle Manuel Rojas Marcos. Desde el salón se contempla la fachada terrosa de la iglesia de San Felipe Neri.

¿Alguien que en Sevilla dice lo que piensa es impertinente, inconsciente o sencillamente sincero?
Ir a contracorriente no sale gratis. Tiene la recompensa de la tranquilidad: dices lo que crees. Afortunadamente, hay gente más valiente que la media que dice lo que piensa; otros tenemos el privilegio de hacerlo porque nuestro trabajo nos lo permite: no tenemos jefe. De cualquier modo, siempre pagas cierto precio: ostracismo, marginación… Sólo hay que ver quiénes son los que tienen el dinero y las bendiciones. La gente que normalmente se acomoda. Estamos rodeados de mentiras. Baudrillard  decía que vivimos en la sociedad del crimen perfecto porque se ha asesinado a la verdad. Ir contra el discurso oficial siempre implica que te dejen fuera.
¿Qué precio ha tenido que pagar?
Estoy tan satisfecho de decir lo que quiero que, la verdad, no siento ninguna carga. Sólo incomprensión: la gente del PSOE me sitúa junto a IU y los de IU dicen que soy del PSOE. No estoy afiliado a ningún partido.
¿Y los del PP?
Bueno, tengo amigos en el PP. Saben que soy una persona de izquierdas. Lo curioso es que nadie te encaja con él ; siempre con los demás.
¿No es una manera de acertar no tener contento a nadie ?
En cierta medida es lo que busco. Leonardo Sciascia decía que la obligación de los intelectuales es levantar las piedras para que se vean los gusanos. Eso no le gusta a nadie, claro. Pero se puede hacer con lealtad. Sevilla y Andalucía son sitios donde se aprecia poco la crítica. En la vida pública dices algo que no te parece bien y enseguida se toma tu opinión como si fuera un misil.
¿Vivimos entre simulacros?
Efectivamente, vivimos en una opereta. Sevilla funciona así. La Semana Santa, tan difícil de entender para mí, es un enorme simulacro. No entiendo que algo vinculado a las creencias y a la percepción religiosa tenga una pasión tan pagana y que se mantenga gratamente esa convivencia. No entiendo que las cofradías se manifiesten contra el aborto y estén llenas de políticos que han hecho esas leyes. Pero, en fin, también las contradicciones tienen su belleza, digo yo, aunque ésta hay que admitir que es singular.
Los economistas son todos iguales ¿no?
El pensamiento económico es diverso. Lo que pasa es siempre ha influido en el poder. Ningún poder podría mantenerse sin contar con un discurso económico. Eso hace que intente captar  para sí un determinado pensamiento económico e implica acabar con el otro, invisibilizar todo lo que lo contradice. Quien usa la economía para fortalecer un poder desigual intenta que ésta hable en latín para que no se entienda. ¿Por qué todos los asesores económicos de Zapatero son neoliberales? ¿Cómo es posible que la Junta sea la principal fuente de pensamiento económico liberal en Andalucía? La mayoría de los militantes del PSOE están a favor de la intervención pública en la economía. Sin embargo, potencian a los economistas que la condenan. Eso es lo que hace que la gente diga que todos los economistas son iguales.
¿Ir contracorriente no es mucho más complicado en su campo, donde existe un discurso dominante que además está retribuido ?
Muy bien retribuido, por cierto. Si la gente supiera lo que ganan algunos catedráticos colegas míos que trabajan para los bancos y defienden que hay que privatizar las pensiones se quedaría estupefacto. Se paga no sólo con dinero, sino con prebendas, premios e incluso con el reconocimiento académico. Yo fui uno de los catedráticos más jóvenes de Andalucía. Mi currículum: varios libros, un montón de artículos y, sin embargo, no estoy reconocido para formar parte de los tribunales de selección de catedráticos. Según los patrones que los liberales han impuesto en la universidad, no tengo calidad suficiente. Otra gente se calla. Yo lo digo claramente: no me da vergüenza decir que he sido excluido sólo por razones ideológicas, porque se impone una determinada línea de pensamiento en la universidad. Una línea, además, nefasta y que es relativamente fácil comprobar que es equivocada. Los liberales han llevado la economía mundial a la debacle. Son como médicos a los que se le mueren los enfermos y, paradójicamente, siguen ejerciendo y cada vez tienen más poder dentro de su gremio. La economía se ha convertido en un discurso ideológico al servicio de los bancos y de las grandes empresas.
¿En la vida universitaria es igual?
Lo primero que encuentras al entrar a una facultad es una oficina del Banco de Santander. Eso ya te lo dice todo: quién financia y para qué. Es una institución pública, tenemos libertad, pero la presión para que deje de ser lo que tiene que ser es creciente. Hay recortes presupuestarios. Después está el debate de cuál es su papel. No debemos estar al servicio del mercado, sino de la sociedad. Debemos ser fuente de contratendencias y favorecer los cambios. Somos la despensa donde se acumulan víveres para usarlos en tiempos difíciles. No podemos ser el gabinete de I+D de las empresas. Eso debe estar en las empresas, nos toca abrir caminos. En lugar de arriesgar capital e innovar, lo que quieren las empresas es que lo haga el Estado en las universidades. Del trabajo universitario se deriva utilidad, pero los profesores no somos empleados y los estudiantes no son  fuerza de trabajo. Es un error.
Nuestro tejido económico es bastante débil, dependiente.
La nuestra es una historia es de rentistas y  de clases altas extraordinariamente egoístas que nunca han pensado en crear riqueza, sino en mantener privilegios casi medievales. El nacimiento de una sociedad moderna e innovadora así es muy complicado. Andalucía ha dado un salto espectacular en tan sólo treinta años, pero, cómo no sería nuestro atraso, que en realidad no hemos ganado posiciones relativas.
¿Cuáles son nuestros problemas?
No hemos tenido una clase empresarial auténtica, salvo excepciones honradísimas. Han sido buscadores de negocios y gente que ha vivido de la teta del sector público como si fueran funcionarios. A la mayoría de los empresarios, empezando por la patronal, sólo les falta tomar posesión. En segundo lugar, se ha tardado mucho en disponer de un sistema educativo potente. En Andalucía, hemos creado las bases de bienestar social, sin el cual no es posible la modernización privada, en años con restricciones presupuestarias. También carecemos de un sistema de mediación social que favorezca la innovación, que descubra palancas de riqueza. El entorno internacional no nos ayuda: Andalucía hace un esfuerzo por incorporarse a esta dinámica, que es totalmente contraria a lo que le interesa. Nos impone deslocalizaciones y cadenas productivas fragmentadas, cuando lo que más necesitamos es vertebración. Es una contradicción irresoluble: la alternativa no es no subirse al tren, sino intentar que el rumbo cambie. Los dirigentes económicos sindicales y patronales saben esto, pero no hacen nada para modificar las cosas. Si no se cambia esta lógica, es difícil que Andalucía, o una provincia como Sevilla, progrese. Hemos dado también pasos atrás: perdimos la oportunidad de tener una agricultura potente, un sistema de distribución propio, una industria que hubiera dado el salto a las nuevas tecnologías. No vamos a tener estos activos porque hemos vendido los focos de desarrollo productivo. La UE nos trajo la ventaja del flujo de capitales, pero la gente no cuenta que también ha supuesto que nuestros activos más importantes se vendieran. Los centros neurálgicos de nuestra economía están en manos extranjeras. Hemos perdido los resortes para tener una estrategia autóctona. No hemos usado a las cajas para esto. En lugar de frenar esta tendencia y desarrollar el nuevo modelo productivo, han acelerado la desvertebración de la economía. Los bancos privados, a fin de cuentas, sólo buscan dinero, pero las cajas no tenían que reproducir ese mismo modelo. El PSOE ha sido impotente. Porque en los órganos de dirección de las cajas se sientan afiliados del PSOE y gente puesta por el Gobierno andaluz.
No somos capaces de despegar.
Nuestro modelo productivo no es innovador. Se basa en un deterioro constante del mercado interno que tiene su muestra en la contención salarial. Los empresarios tienen dos alternativas: o vincularse al mercado global u optar por competir con los salarios. Para hacerlo en el primer campo tienen que ser vanguardistas, y eso requiere esfuerzo. En el mercado global no es fácil que empresas de segunda o tercera fila puedan  insertarse. Siempre se elige el segundo camino: un modelo empobrecedor, que no crea demanda y lleva a la ruina a la propia red empresarial. Sus propios remedios las envenenan. Y no hay manera de hacérselo ver: lo resuelven todo a base de subvenciones. Hay que cambiar la forma de ver las cosas. Al propio empresariado es a quien debería interesarle el cambio. Habría que fortalecer el sector público.
¿No hay muchos funcionarios?
Lo que hay es mucho mito. Los países más avanzados tienen un sector público potente. No es verdad que Andalucía tenga una presencia del sector público mayor, aunque sí es cierto que existe descompensación, no está bien aquilatado. Tendría que centrarse mucho más en la creación de capital social, que es lo que necesitan las empresas. El problema no es que el sector público sea excesivo, sino que el dinamismo productivo de nuestra economía es escaso. El capital que teníamos se ha ido fuera, no ha creado redes. Se ha generado una economía de la especulación.
Un informe municipal hablaba hace poco del nivel salarial de Sevilla. Pura subsistencia.
Los andaluces viven peor en salarios y condiciones de vida, aunque tenemos un capital relacional y de entorno que también es calidad de vida. Estamos peor en horas de trabajo, salarios, cosas materiales. Cuando los empresarios hablan de reducir los salarios no se dan cuenta de que no sólo reducen costes, sino demanda, consumo. Limitan el desarrollo potencial de los mercados. Esa medida, sólo provoca que la economía vuelva a caer. Hay crecer de otra manera. Lo pienso cuando leo cosas sobre la famosa torre [Pelli]. ¿Con lo que ha caído en el sector inmobiliario vamos a hacer un monumento a ese derroche?
¿Existe escenario social y cultural para cambiar las cosas?
Por mucho que quiera hacer el gobierno, lo importante es la sociedad. En lugar ser el reflejo de las inquietudes colectivas, el Gobierno se ha convertido en el eje de todo. No hay ósmosis. Está  limitado por la coyuntura, las presiones. No hay contrapoderes.
¿La sociedad civil no es libre?
No cultiva la disensión. ¿Qué es innovar sino disentir? Se nos dice que hay que innovar pero no disentir. Poner una economía a innovar significa animar a la gente a imaginar cosas nuevas. Un emprendedor es quien piensa cosas distintas. No puedes estar transmitiendo en Canal Sur un discurso del siglo XVII y al mismo tiempo decirle a la gente que sea innovadora y darle un ordenador. Es una contradicción. La innovación es rebeldía. Tenemos un espacio de representación que a la postre no se traduce en la posibilidad real de que los individuos influyan. Cada vez estamos más lejos de nuestros propios representantes. Una sociedad innovadora tiene que deliberar. Es un componente fundamental del progreso. Pero sólo se busca el asentimiento con mentiras, eslóganes y un apoyo acrítico. Cuando se conocen los entresijos de los medios, incluso los públicos, se ve cómo se teledirige a los líderes de opinión. Se tiene mucho miedo a oír cosas contrarias. Conservadurismo. No somos una sociedad abierta. La izquierda es la que se ha hecho más conservadora. No tiene ningún discurso, se queda atrapada en el dominante y sólo se preocupa por conservar lo que tiene.
¿Los extremos se tocan?
El poder une mucho. La derecha económica vive del poder político. Ha penetrado en él: todo el mundo conoce a la gente de la derecha que está metida en el PSOE. Ése es el problema del PP: la derecha económica nunca ha apostado por ellos porque está muy cómoda con el PSOE. En Sevilla, los resortes de los que depende la vida pública y social son muy claros para el que los quiera ver. Son fáciles de controlar. Sirven para inmovilizar. El PSOE quizás es capaz de ganar elecciones pero no cambia la sociedad. En Andalucía, lo que está pasando es que bajo una apariencia de quietud los ciudadanos cada vez son menos propicios al statu quo. El PSOE está creando a la ciudadanía que acabará con la socialdemocracia.
*Catedrático de Economía Aplicada
Publicada por Carlos Mármol en Diario de Sevilla

jueves, 11 de marzo de 2010

La encrucijada de la economía española

Juan Torres López* - Catedrático de Economía Aplicada

La economía española se encuentra en una situación muy difícil. Su modus operandi de decenios anteriores está completamente agotado y la confluencia de tres factores decisivos (su pertenencia a una unión monetaria sin voluntad de disponer de políticas económicas que resuelvan las asimetrías que se dan entre los países que la componen, los rebrotes de la crisis financiera internacional y la peculiar situación de la política interna española) limitan casi totalmente la capacidad de maniobra que necesitaría el gobierno para lograr que España saliera airosa de la situación.

La crisis y los problemas estructurales de la economía española: ¡ya no va más!
En España se produjo también la crisis estructural y el mismo tipo de  ajuste neoliberal que en el resto del mundo y que, en última instancia ha sido el que ha provocado la última crisis financiera, una expresión más aunque mucho más grave de las consecuencias que lleva consigo el haber situado al capital y a la especulación financieros en el epicentro de la actividad económica. Pero aquí, se ha producido un hecho diferencial que es lo que a mi juicio explica que ahora esté sufriendo la crisis de modo también singularizado. Me refiero, a la casi completa coincidencia de la crisis estructural y el ajuste con una salida pactada a la dictadura franquista que dejó en gran parte intacto sus modos de operar y los privilegios de los principales grupos de poder económico de la dictadura, y de ambas circunstancias con el tardío proceso de construcción del Estado de Bienestar en España que se inició en la transición y más concretamente con el primer gobierno del partido socialista.
La presencia combinada de todas esas circunstancias es lo que explica que ninguno de esos procesos haya salido como debiera para que hubiera fortalecido a nuestra sociedad y a nuestra economía. Y también algunos de sus rasgos estructurales que ahora pesan como una losa sobre nuestra economía:

·          La debilidad de las clases trabajadoras y de sus sindicatos en contraste con el gran poder de los principales núcleos oligárquicos conformados durante la dictadura y que todavía siguen dominando los centros de gravedad de la economía española.
·          La conformación muy imperfecta de instituciones decisivas como el mercado de trabajo (dual, de poder muy asimétrico y con fuertes residuos corporativos), el financiero (muy concentrado, protegido y con una perversa influencia sobre el poder político) y el propio sector público, poco eficaz como consecuencia de su gran dependencia de los intereses privados, lo que, entre otras cosas, ha impedido usar con toda su eficacia instrumentos esenciales de transformación social como la política fiscal (que no ha podido imponerse nunca sobre la aversión a los impuestos de las clases adineradas).
·          Un gran déficit de capital social y humano y de estructuras de bienestar colectivo que ha influido negativamente en aspectos tan importantes como el desarrollo de la investigación y la innovación o la incorporación de las mujeres a los mercados laborales.
·          La dificultosa y traumática vinculación de la economía española con el exterior, esclava del capital extranjero y obligada a competir mediante la especialización empobrecedora en bienes y servicios de poca calidad y bajo precio y recurriendo periódicamente a la devaluación.
·          Una desigualdad originaria en el reparto de la renta que apenas si ha podido ser compensada por las políticas redistributivas y que en todo caso aumenta desproporcionadamente cuando éstas se debilitan.
El modelo social que nació de la combinación de estos rasgos es el que Vicenç Navarro ha denominado con toda razón como de bienestar insuficiente y democracia incompleta. Y el modelo productivo que se ha ido consolidando con esos mimbres es uno de baja productividad al estar basado en el uso más barato posible de la mano de obra; de escasa innovación y bajo valor añadido; dependiente del exterior y parasitario de los negocios, de las rentas y las subvenciones procedentes del sector público; de escasa fortaleza endógena debido a la desigualdad; altamente endeudado como consecuencia de la escasez de las rentas familiares y del poder político de la banca; desindustrializado como consecuencia de la externalización y de la supeditación a los intereses globales del capital extranjero que se ha hecho con las redes empresariales más importantes; con grandes tensiones sobre los precios como consecuencia del poder oligopólico que predomina en la mayoría de los mercados; altamente despilfarrador y gravoso para el medio ambiente; y, como consecuencia de todo ello, con una gran dependencia de la evolución del ciclo, tanto a la hora de generar actividad como, sobre todo, en cuanto a creación y destrucción de empleo se refiere.
Este modelo de crecimiento ya produjo en los primeros años de la transición, más tarde en los ochenta y en 1992-93 crisis y fases de gran debilidad y de pérdida de empleos, perturbaciones financieras muy costosas y desajustes con el exterior que, antes de entrar en la zona euro, se pudieron resolver, como he señalado, a base de sucesivas devaluaciones. Y lo que ha sucedido en los últimos años anteriores a la crisis actual es que todos estos rasgos se acentuaron e incluso se exageraron.
La entrada en el euro supuso inmensas entradas de capitales que favorecieron la acumulación de grandes patrimonios y un gran volumen de ahorro, si bien, a cambio de perder la propiedad y el control sobre la práctica totalidad del aparato productivo, de una gran desindustrialización y de convertir así a la economía española en una fuente de renta para el capital extranjero a cambio de unos años de potentes ayudas y subvenciones que sostenían la demanda. Las reformas laborales permitieron la creación de miles de empleos precarios y de quita y pon. Los bancos, con la complacencia explícita de las autoridades monetarias, multiplicaron la oferta de crédito y el crédito abundante y más barato en términos reales en España que en el resto de Europa permitió mantener la demanda de consumo y que las empresas pudieran aumentar su poder de mercado y multiplicar sus beneficios. Los gobiernos establecieron las bases para un funcionamiento cada vez más especulativo y oligarquizado de la actividad económica, limitaron el esfuerzo para la creación de capital social (salvo en el caso de las obras públicas vinculadas al negocio de la construcción), renunciaron a establecer disciplina en los mercados, aliviaron las cargas fiscales sobre las rentas de capital, liberalizaron al máximo los mercados del suelo y la vivienda y todo ello alimentó una gigantesca burbuja inmobiliaria que se retroalimentó, proporcionando más liquidez y un incremento desorbitado de la deuda privada (lo que equivale a decir del negocio bancario, que llegó a ser en España mucho más rentable que en cualquier otro lugar de Europa).
En solo seis años, de 2002 a 2008 el crédito total a residente aumentó un 70% y el endeudamiento neto de la economía española, que había crecido un 82% entre 1999 y 2003, lo hizo un 243% en los cuatro años siguientes, dedicándose el 70% de la nueva deuda a la inversión en la burbuja inmobiliaria.
Para mantener el impresionante negocio de la burbuja, los bancos y cajas españoles se endeudaron con otros bancos europeos. A diferencia de los de otros países, su factor de riesgo no fue tanto la exposición a las hipotecas sub prime de Estados Unidos, como la acumulación de activos vinculados a la burbuja inmobiliaria. Y, por eso, en lugar de ser receptores de riesgo por esa vía se convirtieron más bien en sus exportadores hacia los bancos que los habían financiado y que ahora se enfrentan temerosos a la situación económica de la banca y la economía españolas.
Por supuesto, ésta última sufrió el impacto de la crisis mundial. Era inevitable, aunque sus bancos no estuvieran tan directamente afectados por la difusión de hipotecas basura y sus derivados como los de otros países, porque, en todo caso, les afectaba el racionamiento del crédito que produjeron las quiebras bancarias y la desconfianza generalizada y, enseguida que estalló la burbuja en España, su propia descapitalización interna. Así que, al igual que en otros lugares, la banca española también cerró el grifo de la financiación a la economía provocando todo lo más que se podía extender la destrucción de actividad y de empleo.
Pero, a diferencia de lo ocurrido en otros países, el problema de la economía española era que hubiera entrado en crisis incluso aunque no se hubiera producido la financiera de nivel internacional.
Agotado su modelo basado en la actividad inmobiliaria y en la generación de deuda privada, la economía española estaba condenada a caer en barrena, con independencia de lo que hubiera sucedido con las hipotecas basura.

Sin capacidad de maniobra
Ante esta situación el gobierno reconoció, aunque muy tardíamente, que la economía española no podría seguir desenvolviéndose como hasta ahora y ha propuesto un cambio de modelo y la puesta en marcha de estrategias de recambio productivo. Aunque la mayoría de ellas se las ha llevado el viento de la recesión cuando el gasto para evitar el colapso y satisfacer la demanda de recursos de la banca ha desbocado el déficit público, que ha llegado al 11,4% del PIB en 2009.
Así se ha alcanzado una encrucijada muy delicada porque, por un lado, haría falta más gasto contra cíclico pero, por otro, no hay ya prácticamente más capacidad para aportarlo. O se incurre en un gran sobrecoste en los mercados y se sufren los ataques especulativos y la extorsión política orientada a garantizar el pago y a evitar que de esa forma se afecte, no sólo a la imagen como deudor de España, sino a la divisa europea… o se cambia de política, algo a lo que no parece estar muy dispuesto el gobierno, ni para lo que se ha generado el clima y el poder social que pudieran hacer factible el cambio de estrategia.
Lo que está ocurriendo entonces es que, en lugar de que España viva una evolución de la crisis más o menos acompasada con el resto de los países centrales de la Unión Monetaria, sufre lo que llamamos un típico impacto asimétrico con respecto a ellos y como consecuencia, en este caso, de la debilidad añadida que le produce su modelo económico agotado.
El problema al que ahora se enfrenta España es el que advertimos muchos economistas en su día: una unión monetaria imperfecta que no dispone, porque se ha renunciado explícitamente a ello, de mecanismos de coordinación y reequilibrio.
Los teóricos de las uniones monetarias demostraron hace años que, en esas condiciones, es inevitable el desenganche de las economías impactadas, que sufran un deterioro en actividad y empleo que pueda llegar a ser irreversible.
En esta coyuntura se añade además un factor que agrava la situación. Sabiéndose que es inevitable que se produzca, como se está produciendo, este desenganche, y conociéndose que la Unión Europea no tiene hoy día otra respuesta política que el más de lo mismo y ningún instrumento económico que pueda evitarlo, se está haciendo una verdadera y explícita llamada a quienes sostienen la deuda de la periferia europea, que seguramente no es ni la más elevada ni la más arriesgada, desde el punto de vista de los compromisos de pago, pero sí la soportada por los estados política y económicamente más débiles y maniatados.
Es verdad, que eso ha sido siempre así, o al menos eso es lo que ha ocurrido en los últimos decenios en diversos países y situaciones. Pero ahora, el agravante es que, como secuela de los continuos ramalazos de la inconclusa crisis que vivimos, y como resultado de la financiación tan generosa de los bancos centrales y gobiernos a la banca internacional, la especulación financiera se encuentra de nuevo desatada.
La criminal paradoja que se está produciendo es que los bancos crearon la crisis, hundieron las economías, obligaron a que los estados se endeudaran para salvarlos y evitar la debacle y, puesto que ya no disponen de banca pública que hubiera podido hacerlo en otras condiciones, deben recurrir a los propios bancos privados que provocaron la crisis que así hacen ahora un negocio redondo suscribiendo la deuda. Y gracias al poder que mantienen, impondrán condiciones draconianas a los gobiernos para que los recursos vayan, antes que nada, a retribuirla y garantizarla.
Finalmente, no se puede dejar de mencionar la debilidad añadida que provoca la peculiar situación política española. La derecha, en una gran parte formada y consolidada en torno a los grupos de poder nacidos del franquismo, no está dispuesta de ninguna manera a ceder en la presión continua al gobierno que, para colmo, se viene enfrentando a la crisis con análisis erróneos, zigzagueando, sin proyecto, cada vez con menos credibilidad y con un liderazgo social más debilitado que nunca. Y, por otro lado, los sindicatos no terminan de tomar el timón de los intereses de los clases trabajadoras y los grupos la izquierda del partido socialista se encuentran divididos y debilitados.
España lo tiene difícil. No puede hacer frente a la quiebra de un modelo y a la ofensiva especuladora por sí misma, porque ni tiene fuerza endógena ni instrumentos para hacerles frente. No tiene salida sin Europa, pero el neoliberalismo que impregna a esta Europa es el responsable de gran parte de sus males.
*Artículo publicado en Le Monde diplomatique

lunes, 8 de marzo de 2010

Socialdemocracia: fin de ciclo
Ignacio Ramonet


Las ideas también mueren. El cementerio de los partidos políticos rebosa de tumbas en donde yacen los restos de organizaciones que otrora desataron pasiones, movieron a multitudes y hoy son pasto del olvido. ¿Quién se acuerda en Europa, por ejemplo, del Radicalismo? Una de las fuerzas políticas (de centro-izquierda) más importantes de la segunda mitad del siglo XIX, que los vientos de la historia se llevaron... ¿Qué fue del Anarquismo? ¿O del Comunismo estaliniano? ¿Qué se hicieron aquellos formidables movimientos populares capaces de movilizar a millones de campesinos y obreros? ¿Qué fueron sino devaneos? (1) 
Por sus propios abandonos, abjuraciones y renuncias, a la socialdemocracia europea le toca hoy verse arrastrada hacia el sepulcro... Su ciclo de vida parece acabarse. Y lo más incomprensible es que semejante perspectiva se produce en el momento en que el capitalismo ultraliberal atraviesa uno de sus peores momentos. 
¿Por qué la socialdemocracia se muere, cuando el ultraliberalismo se halla en plena crisis? Sin duda porque, frente a tantas urgencias sociales, no ha sabido generar entusiasmo popular. Navega a tientas, sin brújula y sin teoría; da la impresión de estar averiada, con un aparato dirigente enclenque, sin organización ni ideario, sin doctrina ni orientación... Y sobre todo sin identidad: era una organización que debía hacer la revolución, y ha renegado de ese empeño; era un partido obrero, y hoy lo es de las clases medias urbanas acomodadas. 

Las recientes elecciones han demostrado que la socialdemocracia europea ya no sabe dirigirse a los millones de electores víctimas de las brutalidades del mundo postindustrial engendrado por la globalización. Esas multitudes de obreros desechables, de neo-pobres de los suburbios, de mileuristas , de excluidos, de jubilados en plena edad activa, de jóvenes precarizados , de familias de clase media amenazadas por la miseria. Capas populares damnificadas por el shock neoliberal... Y para las cuales, la socialdemocracia no parece disponer de discurso ni de remedios.
Los resultados de las elecciones europeas de junio de 2009 demostraron su descalabro actual. La mayoría de los partidos de esa familia en el poder retrocedieron. Y los partidos en la oposición también recularon, particularmente en Francia y en Finlandia. 
No supieron convencer de su capacidad para responder a los desafíos económicos y sociales planteados por el desastre del capitalismo financiero. Si faltaba un indicio para demostrar que los socialistas europeos son incapaces de proponer una política diferente de la que domina en el seno de la Unión Europea, esa prueba la dieron Gordon Brown y José Luis Rodríguez Zapatero cuando apoyaron la bochornosa elección a la Presidencia de la Comisión Europea del ultraliberal José Manuel Duraõ Barroso, el cuarto hombre de la Cumbre de las Azores... 

En 2002, los socialdemócratas gobernaban en quince países de la Unión Europea. Hoy, a pesar de que la crisis financiera ha demostrado el impasse moral, social y ecológico del ultraliberalismo, ya sólo gobiernan en cinco Estados (España, Grecia, Hungría, Portugal y Reino Unido). No han sabido sacar provecho del descalabro neoliberal. Y los Gobiernos de tres de esos países -España, Grecia y Portugal, atacados por los mercados financieros y afectados por la "crisis de la deuda"- se hundirán en un descrédito e impopularidad aún mayores cuando empiecen a aplicar, con mano de hierro, los programas de austeridad y las políticas antipopulares exigidas por la lógica de la Unión Europea y sus principales cancerberos. 
Repudiar sus propios fundamentos se ha vuelto habitual. Hace tiempo que la socialdemocracia europea decidió alentar las privatizaciones, estimular la reducción de los presupuestos del Estado a costa de los ciudadanos, tolerar las desigualdades, promover la prolongación de la edad de jubilación, practicar el desmantelamiento del sector público, a la vez que espoleaba las concentraciones y las fusiones de mega-empresas y que mimaba a los bancos. Lleva años aceptando, sin gran remordimiento, convertirse al social-liberalismo. Ha dejado de considerar como prioritarios algunos de los objetivos que formaban parte de su ADN ideológico. Por ejemplo: el pleno empleo, la defensa de las ventajas sociales adquiridas, el desarrollo de los servicios públicos o la erradicación de la miseria. 
A finales del siglo XIX y hasta los años 1930, cada vez que el capitalismo dio un salto transformador, los socialdemócratas, casi siempre apoyados por las izquierdas y los sindicatos, aportaron respuestas originales y progresistas: sufragio universal, enseñanza gratuita para todos, derecho a un empleo, seguridad social, nacionalizaciones, Estado social, Estado de Bienestar... Esa imaginación política parece hoy agotada. 

La socialdemocracia europea carece de nueva utopía social. En la mente de muchos de sus electores, hasta en los más modestos, el consumismo triunfa, así como el deseo de enriquecerse, de divertirse, de zambullirse en las abundancias, de ser feliz sin mala conciencia... Frente a ese hedonismo dominante, machacado en permanencia por la publicidad y los medios masivos de manipulación, los dirigentes socialdemócratas ya no se atreven a ir a contracorriente. Llegan incluso a convencerse de que no son los capitalistas los que se enriquecen con el esfuerzo de los proletarios, sino
los pobres quienes se aprovechan de los impuestos pagados por los ricos... Piensan, como lo afirma el filósofo italiano Raffaele Simone, que "el socialismo sólo es posible cuando la desgracia sobrepasa en exceso a la dicha, cuando el sufrimiento rebasa con mucho el placer, y cuando el caos triunfa sobre las estructuras" (2). 
Por eso quizá, y en contraste, está renaciendo hoy con tanta pujanza y tanta creatividad, un nuevo socialismo del siglo XXI en algunos países de América del Sur (Bolivia, Ecuador, Venezuela). Mientras en Europa, a la socialdemocracia le llega su fin de ciclo. 
Notas: 
(1) Jorge Manrique, "Coplas a la muerte de su padre" (1477). 
(2) Raffaele Simone, "Les socialistes proposent toujours le sacrifice", en Philosophie Magazine , n° 36, febrero de 2010, París.
Publicado en Le Monde Diplomatique

lunes, 1 de marzo de 2010