martes, 15 de diciembre de 2009

DIFICIL CAMBIO DE MODELO PRODUCTIVO SIN CAMBIOS EN EL URBANISMO

Julio Rodríguez López

En los dos años ya transcurridos de recesión se ha aludido con frecuencia a la conveniencia de cambiar el modelo productivo de la economía española. El modelo en cuestión corresponde a la evolución seguida por dicha economía durante la etapa comprendida entre 1997 y 2007. En dicha etapa el crecimiento de la economía española se apoyó sobre todo en el auge de la construcción y venta de viviendas. Ello fue posible por la abundante financiación crediticia de bancos y cajas de ahorros al mercado inmobiliario y por la política urbanística “proactiva” de los ayuntamientos, tolerada por las comunidades autónomas. De persistir dicha política urbanística en los próximos años será difícil lograr el cambio deseable en la estructura productiva de la economía española.

La Constitución de 1978, los Estatutos de Autonomía y las Sentencias del Tribunal Constitucional han establecido que corresponde a las comunidades autónomas diseñar y desarrollar sus propias políticas en materia urbanística. Al Estado le corresponde ejercer ciertas competencias, lo que deberá hacer respetando el papel dominante de autonomías y ayuntamientos en dicho terreno. El motor del planeamiento son los ayuntamientos, bajo la tutela de los gobiernos autónomos. Estos últimos pueden llegar en el ejercicio de sus competencias hasta la concesión directa de una licencia, como es el caso de la Comunidad de Madrid, donde en los proyectos considerados como trascendentes se puede limitar el papel de los municipios al de emitir un informe no vinculante sobre la viabilidad urbanística (Proyecto de Ley de Medidas Fiscales y Administrativas (Acompañamiento) de los Presupuestos de 2010).

De la política de gobierno del suelo depende no solo la superficie destinada a la construcción de nuevas viviendas, sino también la extensión del suelo para otras actividades productivas y zonas verdes, entre otros destinos. Las decisiones locales sobre la composición del suelo en cuanto al uso del mismo resultan por completo relevantes para el futuro económico de las ciudades y, por agregación, para el conjunto de la economía española.

La experiencia del último auge en materia de gobierno del suelo no ha sido positiva para la economía española. Las nuevas viviendas se han construido con frecuenciaeliminando actividades productivas preexistentes, agrícolas e industriales. Se ha reducido la superficie de suelo situado en polígonos industriales, recalificándose suelo industrialcomo urbanizable residencial. El proceso ha estado favorecido por el descenso producido en la rentabilidad de numerosas explotaciones agrícolas, ante la creciente competencia del resto del mundo, en especial por parte del norte de África.

Resulta escaso el debate existente en los municipios sobre el destino del suelo. En las elecciones locales apenas se toca dicha cuestión, de la que depende el futuro económico de los municipios. Al tratarse de una materia en la que son competentes ayuntamientos y autonomías, a nivel nacional aparecen las quejas frecuentes de los ciudadanos, pero sin alternativas al esquema institucional actual.

También ha destacado la intervención del Parlamento Europeo sobre el urbanismo valenciano y español. El “Informe Auken” de 2009 (Parlamento Europeo, Comisión de Peticiones, 20.2.09),que ha sucedido a otro de 2005, ha criticado fuertemente el urbanismo de la Comunidad Valenciana y el del conjunto de España. Se ha reforzado la idea de que la legislación urbanística española es inadecuada y debe de ser objeto de un cambio significativo (Eugenio Burriel, “La Unión Europea y el Urbanismo Valenciano, ¿conflicto jurídico o político?”, Boletín de la A.G.E. Nº 49, 2009).

Un ejemplo es el comentario de un asesor legal aparecido en el magazín “FT. Wealth” (Issue Eight Winter 2009, “Foreign Affaire”, Pág. 37): “Algunos gobiernos locales como el de Valencia tienen derechos casi ilimitados para desarrollar suelo sin compensación. Se han construido viviendas en España con la autorización de funcionarios corruptos, violando las normas del planeamiento. Los adquirentes deberían emprender la compra de propiedades en España de los últimos 30 años con cautela y bajo asesoramiento profesional”.

Las políticas locales y autonómicas en materia de decisión sobre el destino del suelo mantienen la absoluta prioridad al desarrollo inmobiliario. El déficit exterior reaparecerá con fuerza al primer indicio de recuperación de la hasta ahora decaída demanda interna. La solución a los problemas de la economía española debe favorecer que la recuperación de la demanda se acompañe demayores niveles de producción interior. Una política orientada hacia el crecimiento debe de estimular el desarrollo de una economía mas diversificada (Martín Wolf, “A weakened Britain enters the post- Thatcher era”, FT, 4.12.2009).

(El Siglo 14 de diciembre de 2009)

(II)

viernes, 4 de diciembre de 2009

Corrupción y democracia

José Manuel Naredo


El hecho de que los casos de corrupción se acumulen en los tribunales y afloren en los media, induce a preguntarse por el caldo de cultivo sui géneris que los hace proliferar, escapando a los habituales filtros democráticos.

Existen dos posibles enfoques del tema. Uno más restringido, que identifica la corrupción con delitos tipificados en el Código Penal consistentes en utilizar las administraciones públicas para obtener lucros privados. Este enfoque considera el comportamiento corrupto como patologías individuales condenables que cabe denunciar y perseguir con más o menos ahínco, pero hace abstracción del caldo de cultivo que las genera, que aparece como algo normal, que no llama la atención ni suscita la crítica. Hay que adoptar, así, otro enfoque más amplio para investigar el contexto propicio a la corrupción que ofrecen los sistemas socio-económicos.

El reciente Foro Público sobre Corrupción y democracia reflejó ambos enfoques. El más restringido corrió a cargo de dos ponentes invitados –militantes de los dos principales partidos que han gobernado el país– que, tras reconocer la corrupción como patología que aflora en los tribunales, apuntaron la necesidad de reforzar controles e instrumentos que ayuden a paliarla. Sus razonables propuestas tuvieron la virtud de señalar los límites hasta los que puede llegar este enfoque que aprecia, lógicamente, que los procesos de corrupción que detecta son más bien la excepción que la regla. Sin embargo, el introductor del Foro, José Vidal Beneyto, adoptó un enfoque más amplio, apuntando que el problema no es el que enfrenta corrupción a democracia, sino el de la corrupción de la propia democracia, señalando como causa radical de este fenómeno la incompatibilidad de fondo que se observa entre capitalismo y democracia. Precisemos por este camino la forma que adopta esa contradicción en nuestro país y la dimensión que alcanzan las prácticas corruptas.

Desde este enfoque más amplio, los casos de corrupción que se detectan vienen a ser la punta del iceberg de males mucho más extendidos, heredados de la simbiosis entre capitalismo, medio siglo de despotismo franquista y una Transición política que excluyó a los críticos del sistema para reacomodar, bajo nueva cobertura democrática, las élites del poder que siguen tomando las grandes decisiones y favoreciendo los grandes negocios de espaldas a la mayoría.

Las mismas administraciones públicas siguen estando parasitadas por los intereses empresariales o partidistas que mandan en cada sector o en cada municipio, haciendo que trabajen a favor de estos de forma normal y que la corrupción prospere las más de las veces con cobertura legal. En el urbanismo se entronizó al “agente urbanizador” para que, en connivencia con los políticos locales, utilice a sus anchas la trampa de las recalificaciones de suelo. Así, operaciones y megaproyectos urbanos que durante el franquismo nos parecían escandalosos se multiplican hoy revestidos de impunidad legal y de buen hacer político y empresarial… Creo que iluminar este oscuro caldo de cultivo tan propicio a la corrupción es el primer paso para erradicarla.

José Manuel Naredo es economista y estadístico.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La igualdad de oportunidades es eficaz

F. Ovejero y J.V. Rodriguez: 'La igualdad de oportunidades es eficaz'

F. Ovejero y J.V. Rodriguez: 'La igualdad de oportunidades es eficaz'

El paraíso del mercado neoliberal es un país de Nunca Jamás.La debilidad del Estado de bienestar sólo fortalece a los privilegiados

Como nosotros, habrán ustedes reparado en que cuando llegan las recesiones algunos aprovechan para atizarle al Estado de bienestar. No dudan en reclamar dinero público para salvar los muebles, como en estos días, pero el Estado redistribuidor ya es otra cosa. Una antigualla, una rémora. Desempleo e ineficiencia. No es que en tiempos de prosperidad se relajen pero, cuando vienen mal dadas el personal se pone cainita, sobre todo cuando los de abajo andan como andan, cautivos y desarmados.
Las andanadas más primitivas equiparan al Estado con Vito Corleone, por ladrón y prepotente. Parece presumirse un paisaje de libertad anterior a la horma de las instituciones. Una ingenuidad. El único paisaje sin instituciones, el paisaje natural, si es que algo así tiene sentido, es el que llevaría a que los energúmenos, solos o en bandería, impusiesen su voluntad. A partir de ahí todo es artificio, incluida la compleja trama que garantiza las transacciones y los derechos en el mercado. Una trama que en ningún caso nos permite hacer lo que queramos con lo nuestro, como lo puede comprobar cualquiera que intente alojar su cuchillo jamonero (incluso el legítimamente adquirido) en el espinazo de algún conciudadano. Los intercambios, los derechos de propiedad y la libertad misma resultan inimaginables sin intromisiones públicas; sin ley.
Pero hay también críticas refinadas. Casi siempre andan a vueltas con un supuesto dilema entre eficacia y equidad donde la izquierda preferiría igualdad en la pobreza a cualquier desigualdad, aun a costa de un mayor nivel de bienestar material generalizado. Una majadería, preferir menos a más. El Estado de bienestar, se aduce, distorsiona acciones e incentivos. Se invierte menos y peor, y se produce menos riqueza de la que podría producirse. Esta cosmovisión entiende la vida como la ascensión a una montaña y la eficiencia como el tiempo empleado. El Estado, en su afán igualador, establecería unas reglas absurdas: lastrar a los veloces y librar de peso a los lentos. Con tales incentivos nadie daría un palo al agua. La ascensión duraría una eternidad y todos llegaríamos frustrados. Hasta aquí el mensaje liberal: el coste de la igualdad es demasiado alto. En el mensaje hay importantes posos de verdad, pero la historia es incompleta y la metáfora engañosa.
Para empezar, aun si se acepta la metáfora y se cree que los costes son importantes, no es insensato preferir un Estado redistribuidor. Primero, porque no se elige ser poco productivo, y no parece decente penalizar por lo que no se es responsable, por el mal fario de venir al mundo en la orilla inconveniente. Segundo, porque pudiera suceder que muchos individuos, incluso una mayoría,estuviesen mejor si se redistribuye: aun si el pastel resulta más pequeño, muchos pedazos serán más grandes. Se puede juzgar valioso mitigar las disparidades a costa de cierta riqueza. Entre otras razones porque no pocas veces nunca llega la hora en la que los de abajo puedan disfrutar de esa mayor riqueza que su pobreza relativa hace teóricamente posible, porque cada vez que preguntan si ha llegado la hora de repartir, el argumento se repite: si no somos ricos no habrá nada que redistribuir.
Pero hay más. No es obvio que los costes económicos de la redistribución sean altos. La metáfora alpinista parte de una visión equivocada de qué es y qué objetivos debería tener el Estado de bienestar. Y es que éste no va sólo de llegar juntos, sino también (y sobre todo) de salir juntos. Pero en serio. Es así, porque asegurar igualdad de oportunidades no es sólo justo, sino que además es enormemente eficiente. Este razonamiento siempre se escamotea.
Una sociedad es más eficiente si la asignación de recursos humanos a tareas está basada en los talentos relativos. Estirando la metáfora: importa no sólo cuánto empuja el que va delante de la cordada, sino también quién es. Si es el más capaz, todos irán más rápido. Pero hay ventajas, muchas y sustanciales, que algunos individuos heredan, sin ser resultado ni de sus talentos ni de sus esfuerzos, sino de buena suerte en el dónde nacer. Son cartas ganadoras que ayudan a algunos a llegar los primeros, pero que no hay que esperar que estén en manos de los mejores jugadores. Los hijos de una pareja rica y afanosa pueden tener talento o no, incluso es muy posible que en términos medios tengan más talento que la mayoría, pero ciertamente tienen ventajas derivadas de que sus padres fueron ricos, no de su talento. Ventajas de las que carecen los hijos de los pobres, tanto si son lumbreras como si son ceporros, y que inducen a gente sin particulares talentos a ser líderes de la cordada.
Ventajas y desventajas que el mercado puede hacer poco por corregir. En un mundo imaginario, con mercados de capitales perfectos, donde no hubiese problemas de acceso al crédito, podrían, en principio, mitigarse las derivadas de diferencias en riqueza... pero ése es un país de Nunca Jamás porque no basta con tener talento para pedir prestado, te tienen que saber con talento. En todo caso, con el mercado a palo seco no hay manera concebible de arreglar la inmensa mayoría de desventajas consecuencia de nacer en el lugar equivocado: la red de amigos, la educación recibida, la accesibilidad a la información, la socialización, el valor que se otorga al trabajo y al esfuerzo, etcétera.
En suma, resulta discutible la equiparación entre Estado de bienestar e ineficiencia. Sus problemas, que los tiene, deben ponderarse por los efectos dinamizadores de corregir las desigualdades de origen. Al disminuir la distancia entre los que llegan antes y los demás minimiza también las desventajas que los hijos de los segundos sufren frente a los hijos de los primeros y asegura que los miembros de la siguiente generación encuentren una comunidad más justa, donde los méritos y esfuerzos determinen quién es qué y qué hace quién; que la arbitrariedad del pasado no descarte a nadie del juego social.
El saldo neto es difícil de ponderar, pero resulta improbable que los efectos positivos de la redistribución sean despreciables. El nivel de movilidad social (la probabilidad de que los humildes asciendan en el escalafón de la riqueza, y viceversa) es una medida de cuán superables son las desventajas asociadas a nacer en la familia equivocada. Existe la creencia extendida de que es enorme en EE UU y baja en Europa y no falta quien achaca esa circunstancia a la presencia del Estado de bienestar en esta orilla. Una creencia sin fundamento. Sabemos sin sombra de duda que la movilidad social es notoriamente más baja en EE UU que en los países del Norte de Europa, quedando los países del Sur de Europa en un punto intermedio: los datos disponibles indican que el principal determinante de la movilidad social es el grado de igualdad en la sociedad. Lo cual bien podría explicar por qué las sociedades del Norte de Europa, donde el papel del Estado es notorio, alcanzan sistemáticamente un mayor nivel de vida. Exactamente lo contrario de lo que debería suceder según los conservadores.
El Estado de bienestar hace posible una sociedad más justa y más cohesionada, y lo hace con costes económicos que, en la peor hipótesis, son escasos. El buen funcionamiento de la sociedad difícilmente puede prescindir de los incentivos, y algunas redistribuciones pueden tener efectos perniciosos. Todo eso es cierto, pero aún lo es más que "liberalizar" no garantiza eficiencia. La debilidad del Estado de bienestar lo único que asegura es la fuerza de los privilegiados.
Este artículo lo firman Félix Ovejero, profesor de la Universidad de Barcelona, y José V. Rodríguez Mora,catedrático de Economía de la Universidad de Edimburgo y profesor de la Universidad Pompeu Fabra.
Publicado en El Pais 10-10-2009

jueves, 19 de noviembre de 2009

La insólita historia del "Internet socialista de Salvador Allende"

Cuando el ejército de Pinochet derrocó al presidente Salvador Allende, hizo ayer 30 años, descubrió un revolucionario sistema de comunicaciones que conectaba a todo el país al que algunos califican como “una especie de Internet socialista.” ¿Su creador? Un excéntrico científico británico.
Por Andy Beckett
A principios de los años 70, en un lugar alejado de West Byfleet, en Surrey, Inglaterra, se realizó un experimento tan pequeño como importante. En el cobertizo de una casa, un adolescente llamado Simon Beer construyó una serie de “contadores eléctricos para medir la opinión pública”. La idea fue la siguiente: los usuarios hacían girar el dial del medidor para indicar si estaban o no satisfechos con determinada propuesta política. Extraño y ambicioso, el planteo funcionó bien. Y lo más sorprendente era que el mercado que había encargados su desarrollo, y al que estaba explícitamente dirigido no era Gran Bretaña, sino Chile.

La historia dice que el gobierno asediado sediento de innovaciones que conducía Salvador Allende contrató a Stafford Beer, el padre de Simon, para que realizara un experimento tecnológico amplio, del cual los medidores eran una pequeña parte. Se lo llamó Proyecto Cybersyn. Nadie había intentado algo así antes. Y tampoco después. El señor Beer se había propuesto, según sus propias palabras, “implantar un sistema nervioso electrónico en la sociedad chilena”. Los votantes, los lugares de trabajo y el gobierno iban a estar conectados entre sí por una nueva red nacional de comunicaciones a la que, hoy, algunos expertos califican como “una especie de Internet socialista, varias décadas adelantada”.

Cuando, en 1973, el gobierno de Allende fue derrocado por el golpe militar, hizo ayer 30 años, todo lo que Beer y sus colaboradores habían llegado a construir pasó al olvido. Entre las muchas historias sobre el período Allende, el Proyecto Cybersyn apenas mereció una nota al pie de página. Sin embargo, las personalidades involucradas, el trabajo que realizaron, el optimismo y la ambición e inviabilidad del plan esconden algunas verdades importantes sobre el gobierno de Allende. Hasta que murió, el año pasado, Stafford Beer fue un aventurero idealista e inquieto que sentía una loca atracción por Chile. Un poco científico, con algo de gurú, medio teórico, se había enriquecido en la Inglaterra de los años 50 y 60. Pero vivía frustrado.

Sus ideas sobre las semejanzas entre los sistemas biológicos y los desarrollos humanos, expresadas en su libro “The Brain of the Firm”, lo convirtieron en un consultor muy solicitado por las empresas y los políticos británicos. Sin embargo, como sus clientes no adoptaban las soluciones que les recomendaba tanto como él quería, empezó a cerrar contratos en el exterior. A principios de los 60, su compañía hizo algunos trabajos para la compañía de trenes de Chile. Y aunque él no viajó a Sudamérica, uno de los chilenos involucrados en sus proyectos, un estudiante de ingeniería llamado Fernando Flores, empezó a leer los libros de Beer y se sintió cautivado por su originalidad y su energía.

Para cuando el gobierno de Allende resultó electo, en 1970, Beer ya tenía un grupo de discípulos en Chile. Inmediatamente después, Flores se incorporó al gabinete comunista con la responsabilidad de nacionalizar algunos sectores de la industria. En 1971, la euforia inicial de la revolución democrática no autoritaria de Allende, empezó a desdibujarse y Flores y su segundo, Raúl Espejo, se dieron cuenta que, desde el ministerio, habían comprado un imperio desorganizado de minas y fábricas, algunas ocupadas por sus empleados, otras todavía controladas por sus gerentes originales, unas pocas operativas y eficientes. Y en julio, le escribieron a Beer para pedirle ayuda.

Sabían que, aunque estaba muy ocupado, sentía simpatía por la izquierda. “Queríamos contratar a alguien de su equipo”, recuerda Espejo. Nunca imaginaron que Beer se iba a entusiasmar tanto como para rescindir otros contratos y trasladarse a Santiago. En West Byfleet la gente pensaba: “Stafford se está volviendo loco otra vez”. Cuando llegó a Santiago, los chilenos estaban muy impresionados. “Era enorme y se notaba a la legua que pensaba a lo grande”, afirma Espejo. Beer pidió un honorario diario de 500 dólares, menos de lo que cobraba habitualmente, pero una suma importante para un gobierno al que los enemigos de Washington no le prestaban dólares, y una dosis constante de chocolate, vino y cigarros.

Durante los dos años siguientes, mientras sus subordinados trataban de abastecerlo y la prensa local lo comparaba con Orson Wells y Sócrates, Beer trabajaba en Chile y, cada tanto, hacía un viajecito a Inglaterra, donde un equipo británico a sus órdenes trabajaba en el proyecto Cybersyn. El resultado de su aporte fue asombroso: Beer diseñó un nuevo sistema de comunicaciones que abarcaba todo Chile, desde los desiertos del norte hasta los hielos del sur, transportando a diario un gran volumen de información vinculada a los ritmos de producción de cada fábrica, el flujo de las materias primas importantes, las tasas de ausentismo y otros problemas de raíz económica.

Hasta entonces, obtener y procesar ese tipo de información, incluso en países ricos y estables, demandaba no menos de seis meses. El proyecto Cybersyn, en cambio, había evitado los obstáculos técnicos. Cuando cayó Allende, los militares chilenos encontraron en un galpón 500 máquinas de télex que habían sido compradas por el gobierno comunista. Los aparatos habían sido cuidadosamente distribuidos en las fábricas y conectados a dos puestos de control, ubicados en Santiago. Allí, un staff pequeño recogía las estadísticas económicas apenas llegaban (oficialmente, a las 5 de la tarde) y las procesaba hasta convertirlas en un informe que llegaba todos los días a La Moneda, el palacio presidencial.

El mismísimo Allende estaba muy entusiasmado con el programa: había ejercido la medicina y entendía, instintivamente, lo que le explicaba Beer sobre las características biológicas de las redes y las instituciones. Por otra parte, ambos coincidían en que Cybersyn no debía espiar a la gente. Por el contrario, su objetivo era permitir a los trabajadores manejar, o por lo menos participar, en la gestión de sus trabajos y, a la vez, fomentar el intercambio de información. No siempre funcionó así. “Algunas personas con las que hablé, me dijeron que era muy difícil que las fábricas enviaran sus estadísticas”, asegura Eden Miller, un norteamericano que está haciendo una tesis sobre Cybersyn.

En 1972 y 1973, años agitados en Chile y en buena parte de Sudamérica, había otras prioridades, amén de que no todos los trabajadores estaban dispuestos y/o podían dirigir sus plantas. Pero también hubo éxitos: las fábricas utilizaban sus télex para enviar pedidos y quejas al gobierno y viceversa. Y, en octubre de 1972, cuando Allende se dispuso a enfrentar su peor crisis desde que había asumido, el invento de Beer se volvió vital. Con el apoyo secreto de la CIA, los pequeños empresarios conservadores chilenos entraron en huelga. Los alimentos escaseaban y el abastecimiento de combustible corría peligro. El gobierno creyó que Cybersyn podía servirle para rebasar el flanco enemigo, empleando los télex para obtener información sobre lo que escaseaba y paliar la falta.

Las salas de control en Santiago funcionaban día y noche. La gente dormía allí, incluidos varios ministros. “Nos sentíamos en el centro del universo”, recuerda Espejo. La huelga no logró derrocar a Allende. Ese fue el pico de utilidad de Cybersyn. Poco después, al igual que el gobierno, empezó a toparse con problemas insolubles. En 1973, por la dimensión del proyecto, que llegó a alcanzar hasta el 50 por ciento de toda la economía nacionalizada, el equipo original de discípulos de Beer se había entremezclado con científicos menos idealistas y, obviamente, aparecieron las fricciones. Para colmo, en paralelo, Beer había empezado a concentrarse en otros planes.

Insólitamente, el científico empezó a convocar a pintores y cantantes populares para publicitar los principios del “socialismo de alta tecnología”; se dedicó a probar los medidores de opinión pública que había diseñado su hijo y hasta a organizar expediciones de pesca para aportarle al gobierno algunos de los dólares que tanto necesitaba. Mientras tanto, el complot de la derecha contra Allende se volvía cada vez más evidente y la economía empezó a desmoronarse: alentados por los Estados Unidos, otros países empezaron a recortarle su ayuda e inversiones. “Había mucha tensión en Chile. Podría haberme retirado, de hecho, lo pensé muchas veces”, escribió después Beer.

En junio de 1973, después de que le aconsejaron abandonar el país, Beer alquiló una casa en la costa. Durante algunas semanas, escribió, contempló el mar y asistió a reuniones gubernamentales secretas. El 10 de septiembre, se tomaron las medidas de una sala de La Moneda para instalar allí un centro de control Cybersyn. Al día siguiente, el 11 de septiembre, el palacio fue bombardeado por los golpistas. Beer estaba en Londres, haciendo lobby para el gobierno chileno y, al salir de una reunión, leyó los diarios: “Allende fue asesinado”, decían. Los militares chilenos encontraron la red Cybersyn intacta, pero no sabían para qué servía.

Aunque Espejo y otros se los explicaron, los aspectos abiertos e igualitarios del sistema les resultaron poco atractivos y lo destruyeron. Espejo logró huir. Poco después del golpe, Beer abandonó West Byfleet y, también, a su esposa, para instalarse solo en una cabaña en Gales. “Tenía la culpa del sobreviviente”, dice Simon. Hoy, Cybersyn y otros posteriores inventos, más esotéricos aún, de Stafford permanecen vivos en oscuros sitios de Internet socialistas y, curiosamente, se los suele mencionar en algunas escuelas de negocios modernas para hablar de la importancia de la información económica.

Es más, los músicos británicos David Bowie y Brian Eno se refirieron muchas veces a Beer como una de sus influencias fundamentales. Sin embargo, seguramente, lo más importante será siempre que su trabajo en Chile afectó positivamente a la mayoría de los que participaron en sus proyectos. Tal es el caso de Espejo, quien hizo una muy buena carrera como consultor de management internacional. El ex colaborador de Beer, está radicado en Gran Bretaña desde hace décadas y, cuando se le pregunta si Cybersyn le cambió la vida, su mirada se vuelve seria. Y responde: “Sí, absolutamente”.

© The Guardian

Traducción de Claudia Martínez

jueves, 12 de noviembre de 2009

QFD (prueba)

lunes, 2 de noviembre de 2009

La traición de la socialdemocracia

Paolo Flores d'Arcais: La traición de la socialdemocracia

Los partidos reformistas, convertidos en aparatos de gestión del poder, se han olvidado de la defensa de la igualdad contra el sistema de privilegios. Al incorporarse al 'establishment' han perdido su razón de ser
Una izquierda que hace política de derechas sólo sirve para preparar el regreso del original
Paolo Flores d'Arcais es filósofo y editor de la revista Micromega. Traducción de Carlos Gumpert.

Creo haber escrito mi primer artículo sobre "la crisis de la socialdemocracia" hace aproximadamente un cuarto de siglo, y eran ya muchos quienes me habían precedido. Sirva ello para explicar que el tema no es nuevo y que puede decirse que las socialdemocracias, en cierto sentido, siempre han estado en crisis (excepto las escandinavas, que nunca llegaron a crear escuela). La raíz de tal crisis reside en efecto en la desviación (un abismo a menudo) entre el dicho y el hecho que las aqueja. La socialdemocracia nació como una alternativa al comunismo en la defensa de la igualdad contra el sistema de privilegios. La alternativa al comunismo se ha conservado (con toda justicia) pero la batalla por la igualdad (es decir, la lucha contra los privilegios) se ha visto reducida a flatus vocis, incluso en su fórmula minimalista de la "igualdad de oportunidades de arranque", que llegó a ser teorizada por numerosos liberales como corolario de la meritocracia individual.

Resulta por ello más fácil recordar los raros momentos en los que la socialdemocracia alimentó realmente esperanzas: el laborismo de la inmediata posguerra, que implanta con Attlee el estado de bienestar teorizado por Beveridge; los años de Brandt, que el 7 de diciembre de 1970 se arrodilla en el gueto de Varsovia; la época de Mitterand, que interrumpe la larga hegemonía gaullista que pesaba sobre Francia casi como destino (o condena). Logros reformistas, a los que las propias socialdemocracias no han dado continuidad. La política del estado de bienestar se detuvo apenas un poco más allá del servicio sanitario nacional (que además se burocratizó rápidamente). La desnazificación radical de Alemania, que los gobiernos democristianos habían descuidado, no se vio enraizada en similares transformaciones de las relaciones de fuerzas sociales. Y la unidad de la izquierda de Mitterrand, tras la prometedora y brevísima época de los "clubes", se resolvió mediante compromisos entre los aparatos de partido, no en un acrecentamiento del poder efectivo de los ciudadanos.

Porque esa es la cuestión -no secundaria en absoluto- que los análisis de la "crisis de la socialdemocracia" no suelen tener en cuenta. El carácter de aparato, de burocracia, de nomenclatura, de casta, que han ido adquiriendo cada vez más, incluso en la izquierda, quienes, por decirlo con palabras de Weber, "viven de la política" y de la política han hecho su oficio. La transformación de la democracia parlamentaria en partidocracia, es decir, en partidos-máquina autorreferenciales y cada vez más parecidos entre sí, ha ido haciendo progresivamente vana la relación de representación entre diputados y ciudadanos. La política se está convirtiendo cada día más en una actividad privada, como cualquier otra actividad empresarial. Pero si la política, es decir, la esfera pública, se vuelve privada, lo hace en un doble sentido: porque los propios intereses (de gremio, de casta) de la clase política hacen prescindir definitivamente a ésta de los intereses y valores de los ciudadanos a los que debería representar, y porque el ciudadano se ve definitivamente privado de su cuota de soberanía, incluso en su forma delegada.

Los políticos de derechas y de izquierdas acaban por tener intereses de clase que en lo fundamental resultan comunes -de forma general: el razonamiento siempre tiene sus excepciones en el ámbito de los casos individuales- dado que todos ellos forman parte del establishment, del sistema de privilegios. Contra el que por el contrario debería luchar la socialdemocracia, en nombre de la igualdad. Y es que, no se olvide, era la "igualdad" el valor que servía de base para justificar el anticomunismo: el despotismo político es en efecto la primera negación de la igualdad social y el totalitarismo comunista la pisotea por lo tanto de forma desmesurada.

La partidocracia (de la que la socialdemocracia forma parte), dado que estimula la práctica y creciente frustración del ciudadano soberano, la negación del espacio público a los electores, constituye un alambique para ulteriores degeneraciones de la democracia parlamentaria, es decir, para una más radical sustracción de poder al ciudadano: así ocurre con la política-espectáculo y con las derivas populistas que parecen estar cada vez más enraizadas en Europa.

Pero lo cierto es que las vicisitudes actuales de las socialdemocracias parecen manifestar algo más: grupos dirigentes al completo que no solo están en crisis sino casi a la desbandada, sumidos en la espiral (al igual que los aviones al caer en picado) de un auténtico cupio dissolvi. La cuestión es que la culpa originaria, el haber olvidado la brújula del valor de la "igualdad", sin el que la izquierda pierde todo su sentido, está pasando ahora factura. Pero razonemos con orden.

Resulta paradójico que la socialdemocracia viva el acmé de su crisis precisamente cuando más favorables son las condiciones para la critica hacia el establishment y para plantear propuestas de reformas radicales en ámbito financiero y económico, dado que está a la vista de todos o, mejor dicho, está siendo padecido y sufrido por las grandes masas, el desastre social provocado por la deriva de los privilegios sin freno y por el dominio sin control ni contrapeso del liberalismo salvaje, de los "espíritus animales" del beneficio.

Y es que la crisis provoca incertidumbre ante el futuro y el miedo empuja a las masas hacia la derecha, según se dice. Pero eso ocurre solo porque la socialdemocracia no ha sabido dar respuestas en términos de reformismo, es decir, de justicia social creciente, a la necesidad de seguridad y de "futuro" de esos millones de ciudadanos. Pongamos algún ejemplo concreto. El miedo ante el futuro adquiere fácilmente los rasgos del "otro", el inmigrante, que nos "roba" el trabajo. Pero si el inmigrante puede "robarnos" el trabajo es solo porque acepta salarios más bajos. ¿Ha intentado llevar a cabo alguna vez la socialdemocracia una política de sistemático castigo de los empresarios, grandes y pequeños, que emplean a inmigrantes con salarios más bajos y sin el resto de costosas garantías normativas obtenidas tras decenios de luchas sindicales?

Algo análogo ocurre con la deslocalización de las empresas, el fenómeno más vistoso de la globalización. El empresario alemán, o francés, o italiano, o español, al trasladar su actividad productiva hacia el tercer mundo, se lucraba con enormes beneficios explotando mano de obra con salarios ínfimos y sin tutela sindical (por no hablar de la libertad de contaminar en forma devastadora). Pero los gobiernos poseen potentes instrumentos, si así lo quieren, para "disuadir" a sus propios empresarios en su carrera hacia la deslocalización, instrumentos que la política de la Unión Europea puede hacer incluso más convincentes o reforzar en buena medida.

La socialdemocracia, por el contrario, se ha doblegado ante esta mundialización, cuando no la ha exaltado, cuando si el empresario puede pagar menos por el trabajo, deslocalizando la fábrica o pagando en negro al clandestino, se crean las condiciones para un "ejército salarial de reserva" potencialmente infinito, que irá reduciendo cada vez más los salarios, restituyendo actualidad a categorías marxistas que el estado del bienestar -y luchas de generaciones (no la espontánea evolución del mercado)- habían vuelto obsoletas. Y sin embargo la socialdemocracia está organizada nada menos que en una "Internacional", y ha gozado durante mucho tiempo en las instituciones europeas de un peso preponderante. No es por lo tanto que no pudiera hacerse una política diversa. Es que no quiso hacerse.

Los ejemplos podrían multiplicarse. La socialdemocracia ha llegado a aceptar las más "tóxicas" invenciones financieras, y no ha hecho nada concreto para acabar con los "paraísos fiscales" o el secreto bancario, instrumentos del entramado económico-mafioso a nivel internacional, con el resultado de que el poder de las mafias se extiende por toda Europa, desde Moscú a Madrid, desde Sicilia hasta el Báltico, y ni siquiera se habla de ello. Y dejemos correr el problema de los medios de comunicación, absolutamente crucial, dado que "una opinión pública bien informada" debería constituir para los ciudadanos "la corte suprema", a la que poder "apelar siempre contra las públicas injusticias, la corrupción, la indiferencia popular o los errores del gobierno", como escribía Joseph Pulitzer (¡hace ya más de un siglo!), mientras que nada han hecho las socialdemocracias por aproximarse a este irrenunciable ideal.

La socialdemocracia debía distinguirse del comunismo en sus métodos, mediante la renuncia a la violencia revolucionaria, y en sus objetivos, mediante la renuncia a la destrucción de la propiedad privada de los medios de producción. No estaba desde luego en su ADN, por el contrario, la abdicación a condicionar a través de las reformas (es decir sustancialmente) la lógica del mercado, volviéndola socialmente "virtuosa" y sometiéndola a los imperativos de una constante redistribución del superávit tendente hacia la igualdad.

Al traicionar sistemáticamente su única razón de ser, la socialdemocracia ha estado en crisis incluso cuando ha ganado elecciones y ha gobernado. ¿Cuánto se han reducido las desigualdades sociales bajo los gobiernos de Blair? En nada, si acaso todo lo contrario. ¿Y con Schroeder? ¿De qué puede servir una izquierda que lleva a cabo una política de derechas, si no a preparar el retorno del original?

No resulta difícil, por lo tanto, delinear un proyecto reformista, basta tener como estrella polar el incremento conjunto de libertad y justicia (libertades civiles y justicia social). Es imposible realizarlo, sin embargo, con los actuales instrumentos, los partidos-máquina. Porque pertenecen estructuralmente al "partido del privilegio". No pueden ser la solución porque son parte integrante del problema.

lunes, 12 de octubre de 2009

Fetichismo del PIB


Fetichismo del PBI

Joseph E. Stiglitz

NUEVA YORK – Esforzarse por reavivar la economía mundial al mismo tiempo que se responde a la crisis climática global ha planteado un interrogante complejo: ¿las estadísticas nos están dando las "señales" correctas sobre qué hacer? En nuestro mundo orientado hacia el desempeño, las cuestiones de medición han cobrado mayor relevancia: lo que medimos afecta lo que hacemos.

Si tomamos malas decisiones, lo que intentamos hacer (digamos, aumentar el PBI) en realidad puede contribuir a empeorar los niveles de vida. También podemos enfrentarnos a falsas opciones y ver compensaciones entre producción y protección ambiental que no existen. Por el contrario, una mejor medición del desempeño económico podría demostrar que las medidas tomadas para mejorar el medio ambiente son buenas para la economía.

Hace dieciocho meses, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, creó una Comisión Internacional para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social, debido a su insatisfacción -y la de muchos otros- con el estado actual de la información estadística sobre la economía y la sociedad. El 14 de septiembre, la Comisión dará a conocer su tan esperado informe.

El gran interrogante implica saber si el PBI ofrece una buena medición de los niveles de vida. En muchos casos, las estadísticas sobre el PBI parecen sugerir que a la economía le está yendo mucho mejor que las propias percepciones de la mayoría de los ciudadanos. Es más, el foco en el PBI crea conflictos: a los líderes políticos se les dice que lo maximicen, pero los ciudadanos también exigen que se preste atención a mejorar la seguridad, a reducir la contaminación del aire, del agua y el ruido, y demás -lo cual podría reducir el crecimiento del PBI.

El hecho de que el PBI pueda ser una medición deficiente del bienestar, o incluso de la actividad del mercado, obviamente es algo que se reconoce desde hace tiempo. Pero los cambios en la sociedad y la economía pueden haber agudizado los problemas, al mismo tiempo que los avances en la economía y las técnicas estadísticas pueden haber ofrecido oportunidades para mejorar nuestras mediciones.

Por ejemplo, si bien se supone que el PBI mide el valor de la producción de bienes y servicios, en un sector clave -el gobierno- normalmente no tenemos manera de hacerlo, de modo que solemos medir la producción simplemente por las inversiones. Si el gobierno gasta más -aún de manera ineficiente- la producción aumenta. En los últimos 60 años, el porcentaje de la producción del gobierno en el PBI aumentó del 21,4% al 38,6% en Estados Unidos, del 27,6% al 52,7% en Francia, del 34,2% al 47,6% en el Reino Unido y del 30,4% al 44% en Alemania. De manera que lo que era un problema relativamente menor se ha convertido en un problema importante.

De la misma manera, las mejoras de calidad -digamos, mejores autos en lugar de más autos- representan gran parte del aumento del PBI hoy en día. Pero evaluar las mejoras de calidad resulta difícil. La atención médica ejemplifica este problema: gran parte de la medicina se ofrece públicamente, y muchos de los avances son en calidad.

Los mismos problemas de hacer comparaciones en el tiempo se aplican a las comparaciones entre países. Estados Unidos gasta más en atención sanitaria que cualquier otro país (tanto per capita como en porcentaje de los ingresos), pero obtiene peores resultados. Parte de la diferencia entre el PBI per capita en Estados Unidos y algunos países europeos puede ser, en consecuencia, el resultado de la manera en que medimos las cosas.

Otro cambio pronunciado en la mayoría de las sociedades es un incremento en la desigualdad. Esto significa que existe una creciente disparidad entre el ingreso promedio (medio) y el ingreso mediano (el de la persona "típica", cuyo ingreso se ubica en el medio de la distribución de todos los ingresos). Si unos pocos banqueros se vuelven mucho más ricos, el ingreso promedio puede subir, a pesar de que los ingresos de la mayoría de la gente estén decayendo. De manera que las estadísticas sobre el PBI per capita tal vez no reflejen lo que les está sucediendo a la mayoría de los ciudadanos.

Utilizamos precios de mercado para valuar los bienes y servicios. Pero ahora, incluso aquellos que tienen mucha fe en los mercados cuestionan la dependencia de los precios de mercado, ya que están en contra de las valuaciones por ajuste al mercado. Las ganancias previas a la crisis de los bancos -una tercera parte de todas las ganancias corporativas- parecen haber sido un espejismo.

Entender esto arroja una nueva luz no sólo sobre nuestras mediciones del desempeño, sino también sobre las inferencias que hacemos. Antes de la crisis, cuando el crecimiento de Estados Unidos (utilizando mediciones estándar del PBI) parecía mucho más sólido que el de Europa, muchos europeos sostenían que Europa debía adoptar el capitalismo al estilo estadounidense. Por supuesto, todo aquel que hubiera querido podría haber visto un creciente endeudamiento de los hogares norteamericanos, lo que habría permitido corregir la falsa impresión de éxito ofrecida por la estadística del PBI.

Los recientes avances metodológicos nos han permitido evaluar mejor qué contribuye a la sensación de bienestar de los ciudadanos y reunir los datos necesarios para hacer ese tipo de evaluaciones de manera regular. Estos estudios, por caso, verifican y cuantifican lo que debería ser obvio: la pérdida de un empleo tiene un mayor impacto de lo que representa la pérdida del ingreso. También demuestran la importancia de la conectividad social.

Toda buena medición de lo bien que nos está yendo también debe tener en cuenta la sustentabilidad. De la misma manera que una empresa necesita medir la depreciación de su capital, también nuestras cuentas nacionales deben reflejar la sobreexplotación de los recursos naturales y la degradación de nuestro medio ambiente.

Los marcos estadísticos están destinados a resumir lo que está sucediendo en nuestra sociedad compleja en unos pocos números fácilmente interpretables. Debería haber sido obvio que no se podía reducir todo a un único número, el PBI. El informe de la Comisión para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social, es de esperarse, conducirá a un mejor entendimiento de los usos, y abusos, de esa estadística.

El informe también debería servir de guía para crear un conjunto más amplio de indicadores que capturen de manera más precisa tanto el bienestar como la sustentabilidad, a la vez que debería dar impulso para mejorar la capacidad del PBI y las estadísticas relacionadas a la hora de evaluar el desempeño de la economía y la sociedad. Estas reformas nos ayudarán a dirigir nuestros esfuerzos (y recursos) de maneras que conduzcan al mejoramiento de ambos.

Publicado en Project Syndicate

jueves, 27 de agosto de 2009

A vueltas con los impuestos o con las cosas de comer

Carlos Martínez – Presidente de ATTAC España

Los impuestos, que en una sociedad de mercado son imprescindibles, no solo generan recursos públicos sino también, tal y como afirmaba Adam Smith, son los que dan carta de naturaleza a la ciudadanía, es decir son un hecho político, y lo son tanto en cuanto afirman nuestra capacidad de exigencia cívica y de control. También en que definen las políticas que los gobiernos implementan y ejecutan.

Las exenciones y rebajas impositivas a las grandes fortunas, o bien las actividades a las que se destinan -es decir más servicios públicos o más defensa y guerra, seguridad y protocolos varios-, diferencian el carácter o tendencia de un Gobierno o una determinada mayoría parlamentaria.

Así pues, las políticas de rebajar impuestos de forma continuada a los poderosos son conservadoras e injustas, y los impuestos que graban a quien más tiene y luego redistribuyen son más justas e igualitarias.

En estos últimos años, por el auge de las doctrinas políticas neoliberales, las rebajas injustas de impuestos han tomado carta de naturaleza, y la misma socialdemocracia colonizada y/o casi totalmente colonizada por las ideas liberales ha caído en la trampa de que las rebajas de impuestos eran buenas. Pero lo más grave es que culturalmente amplísimos sectores de la ciudadanía occidental han adaptado esta ideología, y totalmente alienados piensan que los impuestos no son buenos y votan a quienes les prometen rebajas de impuestos, sin pensar que los Servicios Públicos que ellos necesitan, se están deteriorando, privatizando y cercenando sus derechos sociales.

La Socialdemocracia tercerista o socioliberalismo ha tenido mucha culpa en esto, haciéndole un gran favor a las derechas liberales europeas, pues ni ha sabido hacer pedagogía con los impuestos y su justa redistribución, ni ha combatido ideológicamente defendiendo lo público y el estado del bienestar.

La ideología, insisto, neoliberal ha impuesto su cultura y su mensaje y a la socialdemocracia ahora le cuesta mucho defender la necesidad del hecho impositivo. Pero es que los grandes sindicatos también han sido cómplices -al menos hasta ahora- de este desarme fiscal, que tanto perjudica a las clases obreras y trabajadoras, a las y los asalariados, con o sin empleo.

Ahora, además, ante la crisis global del sistema capitalista, provocada por los bancos norteamericanos y europeos, así como por los especuladores financieros, están logrando que los inmensos gastos de remontar la crisis financiera, los paguemos las y los ciudadanos de a pie, es decir los no especuladores o ligados a las capas dirigentes de la economía financiera y financiarizada. Los bancos y las grandes empresas privadas están obteniendo grandes subvenciones de los Estados y de la Unión Europea, y mientras tanto exigen rebajas de impuestos. Esa es la única realidad.

Además, como igualmente se está extendiendo la leyenda de que los servicios en manos privadas funcionan mejor y son más eficientes, la cuadratura del círculo ya es perfecta para la derecha, los liberales, los grandes financieros y las transnacionales. Esto se mezcla hábilmente con el deterioro paulatino de la Sanidad Pública, la Enseñanza Pública y el Sector económico público, de forma que se le hace otro favor a las grandes aseguradoras, bancos e industrias farmacéuticas, de salud o de educación, y productos culturales, que ven como continuamente se les abren nuevos campos de negocio a costa de las engañadas y egoístas capas medias occidentales.

Es por lo que la lucha por unos impuestos justos, progresivos y correctamente distribuidos se convierte ahora en una de las bazas del altermundismo, de las nuevas izquierdas sociales y de la Izquierda.

Pero es que además mientras las grandes fortunas sigan contando con los Paraísos Fiscales, seguirán poseyendo una magnifica plataforma casi legal -o al menos alegal y no perseguida- de evadir impuestos. De hecho, el gran agujero negro de los impuestos son esos Paraísos, que son utilizados normalmente por bancos y grandes fortunas, por lo que la polémica sobre si subir ahora los impuestos o no a las grandes fortunas que se esta produciendo en el Estado Español, no solo es baladí, sino que es falsa. Nos encontramos ante una mera contienda electoralista, pues la derecha española sabe que los de verdad pudientes pagan en realidad muy pocos impuestos, y solo opta a captar aún más votos de los sectores más insolidarios de las clases medias. Mientras que la socialdemocracia, dominada por “expertos” liberales, no tendrá el valor de enfrentársele frontalmente.

En ATTAC seguiremos pues demostrando que la Justicia Fiscal Global es necesaria e imprescindible, y que los acuerdos del G-20 sobre los Paraísos Fiscales son papel mojado, al igual que sus otros compromisos, y que solo la información y la acción ciudadana global lograrán influir para que la Justicia Fiscal se acometa.

Ahora bien, si alguien está dispuesto a hacer políticas de Izquierda y realmente redistributivas, podrá contar con muchas y muchos de nosotros. Pero hacer políticas de izquierdas supondrá tener que enfrentarse a los poderosos, a El País y PRISA, a la CEOE, a que les llamen dictadores o sufran acosos mediáticos y golpistas como los que sufren Chávez, Morales, Correa o acabar como Celaya. Supone tener que movilizar a las clases trabajadoras y hacer una pedagogía política que hoy no se hace desde las “izquierdas” antiguas o cooptadas por las ideas liberales

martes, 30 de junio de 2009

Nucleares no, gracias: Makhijani



Partidario de descartar la energía nuclear y hacer hincapié en las energías alternativas y en una mejora de la eficiencia de las instalaciones generadoras de energía eléctrica, existentes hasta la fecha, sustituyendo la centrales térmicas alimentadas con carbón por otras que funcionen con gas natural y sistema de ciclo combinado.

jueves, 21 de mayo de 2009

La madre de todas las crisis

Ignacio Ramonet
Los terremotos que vienen sacudiendo las Bolsas desde los pasados septiembre y octubre negros ha precipitado el fin de una era del capitalismo. El apocalipsis financiero no ha terminado. Se está transformando en recesión global Y todo indica que vamos hacia una gran depresión. Nada volverá a ser como antes. Regresan la política y el Estado.
Es un momento histórico, Se derrumba no sólo un modelo de economía, sino también un estilo de gobierno y eso altera el liderazgo de los Estados Unidos en el mundo. El desplome de Wall Street es comparable a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un Giro Copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de economía: “Esta debacle es para el capitalismo o que la caída de la URSS lo fue para el comunismo” Se terminará el periodo abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: “El estado no es la solución es el problema”. Durante treinta años, los fundamentalistas han repetido que éste siempre tenía razón. Que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaban.
Se acaba una época de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión “amos del universo” . Dispuestos a todo para sacar ganancias, ventas a corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos sofisticados, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del beneficio fácil contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de precios.
La globalización convirtió la economía mundial en una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera había llegado a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza mundial. Y de golpe esa gigantesca burbuja revienta.
El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200.000 millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Y toda la cadena de funcionamiento del sistema financiero se ha colapsado: los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos y hasta las auditorías contables.
El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las “hipotecas basura” era de todos conocido. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto había sido ya denunciado sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos.
Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado las mayores en volumen, de la historia económica demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Y se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros.
Las autoridades estadounidenses acuden al rescate de los “banksters” (“banqueros gánsteres”) a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el Presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un coste de 4.000 millones de euros. Lo consideró un gasto inútil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Es el socialismo para los ricos y el capitalismo salvaje para los pobres.
Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas europeas que no tienen una “plan B” para sacar provecho del descalabro. Sin embargo ahora sería el momento de refundación y de audacia.
Aunque el impacto de la crisis se sentirá en todo el planeta, las economías que no adoptaron la desregulación ultraliberal saldrán mejor paradas. Algunos analistas resaltan el interés para América Latina de mecanismos como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y el Banco del Sur. O la idea de un banco de la Organización de Países Exportadores de Petróleo OPEP recientemente propuesta por el presidente venezolano Hugo Chávez.
La crisis ha favorecido la elección del demócrata Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos. Y es probable que como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven presidente lance un nuevo “New Deal” basado en un neo-keynesianismo que confirmará el retorno del Estado a la esfera económica. Ello pondrá fin a la etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal.
El modelo de capitalismo diseñado por los Estados del Norte para mayor provecho de los países ricos, ha muerto. Y sería indecente que esos mismos Estados, responsables del gran desastre actual, “refundasen” un nuevo sistema económico para preservar sus privilegios. Invitar al debate sobe la refundación de la economía a potencias del Sur como Argentina, Brasil, México, Sudáfrica, China y la India es lo menos que se puede hacer. Es un gran avance. Pero no es suficiente.
El marco legítimo para tal trabajo no es ni el G-8, ni el G-20, sino la ONU y los 192 Estados del planeta. Además, las víctimas principales de la crisis, es decir los ciudadanos, representados por sus asociaciones, sus ONG’s y sus sindicatos, también deben tener voz consultiva y deliberativa. Sólo así se construirá una economía justa y democrática.

miércoles, 18 de febrero de 2009

El retorno triunfante de John Maynard Keynes

Joseph Stiglitz

NUEVA YORK – Ahora somos todos keynesianos. Incluso la derecha en Estados Unidos se sumó al bando keynesiano con un entusiasmo desenfrenado y en una escala que, en algún momento, habría sido verdaderamente inimaginable.

Para quienes nos adjudicábamos alguna conexión con la tradición keynesiana, éste es un momento de triunfo, después de que nos dejaran en el desierto, prácticamente ignorados, durante más de tres décadas. En un nivel, lo que está sucediendo ahora es un triunfo de la razón y la evidencia sobre la ideología y los intereses.

La teoría económica se había dedicado a explicar durante mucho tiempo por qué los mercados sin obstáculos no se autocorregían, por qué se necesitaba regulación, por qué era importante el papel que jugaba el gobierno en la economía. Pero muchos, especialmente la gente que trabaja en los mercados financieros, presionaban por una suerte de "fundamentalismo de mercado". Las políticas erróneas resultantes -impulsadas, entre otros, por algunos miembros del equipo económico del presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama- ya antes habían infligido enormes costos a los países en desarrollo. El momento de iluminismo se produjo recién cuando esas políticas empezaron a generar costos en Estados Unidos y otros países industriales avanzados.

Keynes sostenía no sólo que los mercados no se autocorregían, sino que, en una crisis pronunciada, la política monetaria probablemente resultara ineficiente. Se necesitaba una política fiscal. Pero no todas las políticas fiscales son equivalentes. En Estados Unidos hoy, con una montaña de deuda inmobiliaria y un alto nivel de incertidumbre, los recortes impositivos probablemente resulten ineficientes (como lo fueron en Japón en los años 1990). Gran parte, si no la mayor parte, del recorte tributario norteamericano del pasado mes de febrero fue destinado al ahorro.

Con la enorme deuda que deja atrás la administración Bush, Estados Unidos debería estar especialmente motivado para obtener el mayor estímulo posible de cada dólar invertido. El legado de sub-inversión en tecnología e infraestructura, especialmente del tipo verde, y la creciente brecha entre los ricos y los pobres, requieren una congruencia entre el gasto a corto plazo y una visión a largo plazo.

Eso exige la reestructuración de los programas tanto tributario como de gasto. Bajarles los impuestos a los pobres y aumentar los beneficios de desempleo al mismo tiempo que se aumentan los impuestos a los ricos puede estimular la economía, reducir el déficit y disminuir la desigualdad. Reducir el gasto en la guerra de Irak y aumentar el gasto en educación puede incrementar la producción en el corto y largo plazo y, al mismo tiempo, reducir el déficit.

A Keynes le preocupaba la trampa de la liquidez -la incapacidad de las autoridades monetarias para inducir un incremento en la oferta de crédito a fin de aumentar el nivel de actividad económica-. El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, hizo un esfuerzo por evitar que se culpara a la Fed de agravar esta crisis de la misma manera que se la responsabilizó por la Gran Depresión, asociada con una contracción de la oferta monetaria y el colapso de los bancos.

Y aún así deberíamos leer la historia y la teoría con cuidado: preservar las instituciones financieras no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin. Lo importante es el flujo de crédito y la razón por la cual el fracaso de los bancos durante la Gran Depresión fue importante es que participaban en la determinación de la capacidad crediticia; eran los depositarios de información necesaria para el mantenimiento del flujo de crédito.

Sin embargo, el sistema financiero de Estados Unidos cambió drásticamente desde los años 1930. Muchos de los grandes bancos de Estados Unidos salieron del negocio del "préstamo" y se metieron en el "negocio con movimiento". Se centraron en comprar activos, reempaquetarlos y venderlos, al mismo tiempo que marcaron un récord de incompetencia a la hora de evaluar el riesgo y analizar la capacidad crediticia. Se invirtieron cientos de miles de millones de dólares para preservar estas instituciones disfuncionales. Ni siquiera se hizo nada para reencauzar sus estructuras perversas de incentivos, que alentaban el comportamiento cortoplacista y la toma de riesgos excesiva. Con recompensas privadas tan marcadamente diferentes de los retornos sociales, no sorprende que la búsqueda del interés personal (codicia) condujera a consecuencias tan destructivas desde un punto de vista social. Ni siquiera velaron por los intereses de sus propios accionistas.

Mientras tanto, es muy poco lo que se está haciendo para ayudar a los bancos que efectivamente hacen lo que se supone que deben hacer los bancos –prestar dinero y evaluar la capacidad crediticia.

El gobierno federal asumió billones de dólares en pasivos y riesgos. Al rescatar al sistema financiero, tanto como en política fiscal, necesitamos preocuparnos por el “retorno de la inversión”. De lo contrario, el déficit –que se duplicó en ocho años- aumentará aun más.

En septiembre, se decía que el gobierno recuperaría su dinero, con intereses. A medida que se incrementó el rescate, cada vez resulta más evidente que éste era simplemente otro ejemplo más de una mala apreciación del riesgo por parte de los mercados financieros –como vienen haciendo consistentemente en los últimos años-. Los términos de los rescates de Bernanke y Paulson eran desventajosos para los contribuyentes y, aún así, a pesar de su volumen, hicieron poco para reactivar el préstamo.

La presión neoliberal para una desregulación también satisfacía a algunos intereses. A los mercados financieros les fue bien a través de la liberalización del mercado de capitales. Permitirle a Estados Unidos vender sus productos financieros riesgosos y participar en una especulación en todo el mundo puede haber beneficiado a sus compañías, aunque esto les impusiera grandes costos a otros.

Hoy, el riesgo es que se utilice y se abuse de las nuevas doctrinas keynesianas para satisfacer algunos de estos mismos intereses. ¿Acaso quienes presionaron por la desregulación hace diez años aprendieron la lección? ¿O simplemente querrán imponer reformas cosméticas –el mínimo requerido para justificar los rescates de mega-billones de dólares? ¿Hubo un cambio de parecer o solamente un cambio de estrategia? Después de todo, en el contexto de hoy, perseguir políticas keynesianas parece incluso más rentable que ir detrás del fundamentalismo de mercado.

Hace diez años, en el momento de la crisis financiera asiática, se discutió mucho sobre la necesidad de reformar la arquitectura financiera global. Poco se hizo. Es imperativo que no sólo respondamos adecuadamente a la crisis actual, sino que emprendamos reformas a largo plazo que serán necesarias si queremos crear una economía global más estable, más próspera y equitativa.